Con Jesús de jardinero, quién fuera higuera

La parábola de la higuera nos muestra además cómo es Dios: no un Dios que corta lo que no sirve, si no que lo quiere para crecer y dar fruto, a nosotros

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Pablo Valentín-Gamazo

Publicado el - Actualizado

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¿Alguna vez has trabajado en el campo o en el jardín? Es una imagen que puede ayudar a entender el mensaje de Jesús en el Evangelio de hoy. Es un trabajo duro, cansado, físico, difícil. Te manchas las manos, te puedes hacer alguna herida y la única esperanza ante tanto esfuerzo es esa: esperar. Esperas que lo que has plantado crezca, que dé fruto, que no se lo coman las malas hierbas o el pulgón. 

Lo que el Evangelio nos plantea, sin embargo es que tú y yo somos la planta. Concretamente, una higuera. El señor de esas tierras, de nuestra vida, que es Dios, ve una higuera seca, que no crece y no produce nada. Por eso, ordena al agricultor que la corte. Sin embargo, él media por esa higuera aparentemente estéril. 

El jardinero es Cristo. Esta parábola que nos cuenta hoy es un nuevo toque de atención...la higuera es difícil que dé frutos sola. Nosotros, por nuestras fuerzas, podemos poco. Con él cuidándonos, con ese abono y ese riego de vida, podemos dar fruto. Seguimos dependiendo del tiempo, igual que las plantas. Jesús es el que vierte sus gracias como ese agua que nos riega...lo que nos toca es preguntarnos cómo de hondas son nuestras raíces para absorberla para crecer. El abono puede ser la oración, que ayuda a nuestro crecimiento y a dar fruto. 

De forma un poco más profunda, lo que también Jesús ilustra es a Dios. ¿A Dios? Sí, a traves de su persona, de Jesús. Dios haría las veces en el relato de Jesús de ese dueño que pierde la paciencia ante la higuera seca y la quiere arrancar. La parábola toma al agricultor como el Dios que realmente es: no el castigador, sino el que nos ama como para darnos una nueva oportunidad. Para eso está Jesús, para decirnos eso: "¡Higueras, Dios no os ha hecho para que os quedéis mustias, si no para que crezcáis y deis fruto!" 

Esos frutos que Dios quiere son los del amor. Amor a Dios, amor a los demás, amor a uno mismo. Quiere gestos concretos, vida de oración, cercanía a los Sacramentos...un amor con mucha creatividad que eleve a esa higuera que se deja cuidar por su jardinero

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