La oración del día: La Cátedra de San Pedro
Todos los años cuando llega este día, el Altar monumental de la Basílica de San Pedro permanece iluminado todo el día con muchas velas
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Hoy celebramos la Cátedra del Apóstol San Pedro. Es el Evangelio el que cuenta cómo Cristo, de entre los discípulos que le seguían, escogió a Doce para que fuesen sus más íntimos compañeros, y formasen el Colegio Apostólico. Pero, a su vez, cuando estaban en Galilea, puso a Simón Pedro como Cabeza del Colegio y Príncipe de los Apóstoles.
Después de confesarle como el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Maestro se reafirmó en el nombre de Pedro, que había dado a Simón Hijo de Jonás. Él iba a ser la Piedra sobre la que Dios iba a edificar la Iglesia. En este encargo le prometió que le daría las llaves del Reino de los Cielos, concediéndole el poder de que cuanto atase y desatase en la tierra, también quedaría atado y desatado en el Cielo.
También le garantizó que el poder del infierno no derrotaría a la Nave de la Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo. Esta misión quedó reafirmada después de la Resurrección de Cristo, cuando, tras negarle el pescador en la Pasión, le preguntó a Pedro si le quería, borrando así las negaciones del pescador en la Pasión. De esta le confirmó en el Pastoreo del Nuevo Pueblo de Dios, misión extendida a los sucesores de Simón en la Silla Papal, con la tarea de llevar a las almas a Dios durante el peregrinar por la vida, confirmándoles en la Fe.
La Silla fue donada al Papa Juan VIII por Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno y que fue llevada a todos los actos donde se celebraba algo hasta 1666. En ese año se entronizó en el Altar de Bernini en el Vaticano. Todos los años cuando llega este día, el Altar monumental de la Basílica de San Pedro permanece iluminado todo el día con muchas velas, celebrándose muchas Misas hasta terminar con la Misa del Capítulo de San Pedro
Oración
Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que a la primera voz dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu
Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo.
Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía en la gloria.
Amen.