La oración del día: Santo Tomás de Aquino
En materia de metafísica, su obra representa una de las fuentes más citadas del siglo XIII, además de ser punto de referencia de las escuelas del pensamiento tomista y neotomista
Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Tal y como resalta San Lucas en los prolegómenos de la Vida Pública del Señor, son muchos los que han intentado reflexionar y componer los datos sobre el Misterio Salvador. Y así ha cundido el ejemplo de oración, reflexión, e investigación con el paso de los tiempos. Hoy es la festividad de Santo Tomás de Aquino, que reflexionó sobre las Verdades de Fe. Nace en torno al año 1225 en el seno de una familia noble, originaria de Nápoles.
Dios le llama a santificarse en la Orden de Predicadores, vocación que seguirá, con no pocas dificultades, puesto que en su casa se oponen. Pronto repararon sus hermanos dominicos en sus dotes intelectuales. El gran talento, unido a la humildad que desprendía en los quehaceres cotidianos, hace que le envíen a estudiar a París, completando conocimientos en la prestigiosa Universidad de Colonia.
Entre los profesores que tiene se encuentra San Alberto Magno, quien, al observar el silencio y la reflexión interior de Tomás, le pondrá de sobrenombre “el buey mudo”, pero añadiendo que “cuando hable, sus mugidos (en alusión figurada a sus palabras) se dejarán sentir el todo el orbe”. Después del periodo de formación, aplicó todo lo que había aprendido, legando una gran producción filosófica y teológica, avalada por la Iglesia como una forma válida de explicar el Misterio Divino y todas las verdades de Fe.
Pero esto no le apartó de la vida espiritual, ya que siempre pasaba grandes ratos en oración, diciendo que aprendía más de rodillas ante el Sagrario, que con los libros. El Doctor Angélico, como se le conoce a Santo Tomás de Aquino, dado su gran pesnamiento,muere cerca de Terracina, en 1274, en la plenitud de su producción científica. Entre sus obras tiene gran fama la “Suma Teoloógica”.
Oración
Oh inefable Creador nuestro,
altísimo principio y fuente verdadera de luz y sabiduría, dígnate infundir el rayo de tu claridad
sobre las tinieblas de mi inteligencia, removiendo la doble oscuridad con la que nací: la del pecado y la ignorancia.
¡Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeños, instruye la mía, e infunde en mis labios la gracia de tu bendición!
Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facilidad para atender, sutileza para interpretar y gracia abundante para hablar.
Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar
¡Oh Señor! Dios y hombre verdadero, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén