Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Espíritu del Señor suscita hombres que resplandezcan por la Santidad vida y sean verdaderos heraldos del Evangelio. Uno de ellos es San Antonio María Claret, cuya fiesta celebramos hoy. El Padre Claret nace en Sallent (Barcelona) en 1807. Desde pequeño mostró un gran amor hacia Jesús en la Eucaristía y la Virgen.
Gran lector de libros espirituales, en ellos descubre que Dios le llama al sacerdocio. No teniendo claro el puesto que le otorgaba, intentó acceder a varias congregaciones, pero todo fue en vano. Entonces ingresa en el Seminario de su propia Diócesis y es ordenado. Los comienzos de su ministerio pastoral los tuvo en su parroquia natal. En el corazón de todos caló su afán misionero.
Eso fraguaba lo que sería el carisma al que Dios le destinaba: la fundación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María. Su espiritualidad se basa en el amor a María Inmaculada y la educación, así como el trato con las familias y la formación de las conciencias. En ese contexto es propuesto para ser arzobispo de Santiago de Cuba.
Allí será bien recibido, pero deberá poner el dedo en la llaga, porque los grandes colonos que le acogen son grandes terratenientes y esclavistas que fomentan la trata. Su defensa de la dignidad de las personas y la lucha contra la trata le granjearán muchas antipatías. Pero él no ceja en su empeño de abolir todo lo que maltrate a la gente.
Un día le llega una carta donde Isabel II le pide que regrese a España y sea su confesor.
Aprovechando la oportunidad acompañaba a la reina para predicar el Evangelio. Pero las incomprensiones le afectaron cuando tuvo que acompañar a la reina al destierro. El Padre Claret participa en el Concilio Vaticano I donde se define la Infalibilidad Papal. Muere en 1870.