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Madrid - Publicado el
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A punto de llegar a la Cuaresma, las Enseñanzas del Señor siguen en el Monte para dar un toque más en sus pinceladas. La importancia de conocerse cada uno con sus posibilidades y su forma de ser para no extralimitarse en el juicio a los demás porque nadie es perfecto empezando por uno mismo. Hoy, VIII Domingo del Tiempo Ordinario, celebramos a Santa Inés de Praga.
Nace en 1211 en la propia capital Praga. Desde pequeña hizo una consagración a Dios y se lo contó al Papa Gregorio IX que le bendijo su opción de vida. De hecho rechazó multitud de pretendientes y posibilidades de matrimonio porque, además, descubrió que muchos estaban disfrazados de intereses y maniobras políticas.
La presencia de los franciscanos en su tierra le llevó a conocer a las Clarisas, surgidas del carisma de San Francisco de Asís. Impactada por la figura de Santa Clara vendió todas sus posesiones y fundó diversos hospitales y conventos. Ella ingresó en uno de ellos. La Providencia quiso que tuviese una estrecha correspondencia con Santa Clara de Asís por carta.
Esto hizo que su fervor se encendiese más a la Luz del Espíritu. Todos reparaban en ella como una consagrada que vivió hasta el extremo la pobreza, castidad y obediencia propias de una contemplativa ejemplar. Su fidelidad a Dios y al carisma franciscano hizo que fuese elegida abadesa. Con gran sencillez ejerció este cometido.
Siempre se apoyó en el Amor a la Eucaristía, Cristo Crucificado y La Virgen. También ayudó a muchas personas necesitadas y oró por su pueblo para que fuese fiel a las raíces cristianas recibidas por Santros de la talla de Cirilo y Metodio. Santa Inés de Praga muere en el año 1282. Su culto se extendió rápidamente.