
Madrid - Publicado el
1 min lectura
La Cuaresma avanza y es día de noticias trágicas que le cuentan a Jesús en el Evangelio. Algunos han muerto aplastados por la Torre de Siloé. Otros han sido asesinados por orden de Pilato cuando vertió su sangre con la de los sacrificios. Cristo les enseña que todo esto es una invitación a convertirse. Hoy, III Domingo de Cuaresma, conmemoramos a Santo Toribio de Mogrovejo.
Este vallisoletano de nacimiento, concretamente en 1538, sería un gran evangelizador en las tierras del Continente Hispano. Ordenado sacerdote, fue estudioso del Derecho –y muy particularmente el Canónico-, pasó por universidades y lugares tan afamados como Salamanca, Santiago de Compostela y Coimbra.
Tras dos años en el delicado cargo de estar en la Inquisición de Granada, es designado como Obispo en la Sede de Lima. Consagrado en la Catedral Hispalense, se incorpora a Perú en un momento con graves dificultades. Esto no le aparta de su Ministerio caracterizado por la prudencia y la capacidad de unir a todos en bien del Reino, desgastándose por los indios y nativos de aquellas tierras.
Durante su ministerio, él bautizó a Santa Rosa de Lima. Convocó diversos concilios y, con no pocos aprietos trató de aplicar las conclusiones del Concilio de Trento. Tampoco se puede olvidar su aprendizaje del quechua para entenderse con los indios, o la redacción de un Catecismo en quechua y castellano.
Destacable fue, igualmente, su atención a los bautizados que provenían del mundo pagano. Su celo por las almas le llevó a enfrentarse con las autoridades civiles, lo cual no le minó en su defensa del Evangelio de Cristo. Santo Toribio de Mogrovejo muere en el año 1606, atendido por uno de sus misioneros cuando hacía una visita pastoral.