Madrid - Publicado el
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El seguimiento de Dios marca asumir los buenos y malos momentos que esto conlleva. El Señor siempre quiere lo bueno para los hombres, pero lo malo no lo quiere. Simplemente lo permite para bien del ser humano y para que se sienta identificado con su Cruz. En este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario el joven rico del Evangelio que quiere seguir a Cristo para heredar la Vida, pero se echa atrás, contrasta con los Santos españoles Fausto, Jenaro y Marcial, que celebramos hoy.
Su vida transcurre en torno a los siglos III y principios del IV. Estos no se echaron para atrás a pesar del final humano que les esperaba. Se les presenta como hijos de San Marcelo, centurión romano que se convirtió y pasó por el desprecio y el martirio en León. Ellos predicando el Evangelio llegaron a Córdoba en un clima de persecución. El gobernante de aquella zona se llamaba Eugenio y era un lugarteniente al servicio del Imperio.
Poco faltaba para el Edicto de Milán, por el que se permitía la libertad religiosa. Sería en el año 313. Pero era todavía una época de crudeza contra los cristianos. Las gente tenía mucho miedo. No así estos hermanos que se acercaron al Prefecto, y se declararon cristianos. Al mismo tiempo le echaron en cara su odio a los cristianos. Una vez arrestados, no tuvieron un interrogatorio dulzón como había pasado con otros.
Directamente sufrieron muchos suplicios hasta que mueren quemados en la hoguera. Los Santos Fausto, Jenaro y Marcial “Las Tres Coronas de Córdoba”. Sus reliquias se hallaban en Córdoba, en una Iglesia levantada en su honor en el arrabal de Torres. Pero se difundieron pronto por la parte Bética, región a la que se circunscribe su culto.