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Nos encontramos en el V Día de la Octava de Navidad. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la paz! El que grita: “Tu Dios Sión es Rey! Es el Niño que a los cuarenta días después de haber nacido, es llevado al Templo para ser presentado al Señor. Así le había mandado Yavé escribirlo como norma a Moisés: “Todo varón primogénito será consagrado, realizando la ofrenda con un par de tórtolas o dos pichones”.
En cumplimiento de esto, María y José llevan al Niño a Jerusalén, la Ciudad Santa. Y es que aunque fuese el Autor de todo lo creado y, por supuesto de la Ley, tenía que parecerse en todo a los demás hombres, excepto en el pecado. Eres Niño y has amor. ¿Qué harás cuando mayor? Todos se admiran de Aquella Flor Celestial que ha caído como el rocío mañanero, suavizando todo lo que encontraba a su paso.
¡Oh Adonai, Pastor de la Casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y ene el Sinaí le diste tu Ley! En verdad has venido a librarnos del pecado con el poder de tu brazo. En medio de todo ello la Iglesia nos presenta también la Traslación de los restos del Apóstol Santiago.
Después de ser decapitado en Palestina, los restos del hijo de Zebedeo fueron trasladados a Iria Flavia según cuenta la tradición. Algunos discípulos del Apóstol dieron cuenta de la presencia de los restos en Galicia, en el Finisterre. En el siglo IX puede leerse cómo “los restos de Santiago el mayor fueron traídos aquí para su digna celebración”. Tiempo después un ermitaño de nombre Pelayo descubrió en la zona unas luces que alertaban de un sepulcro. Así se lo dijo al Obispo Teodomiro hallando los restos de Santiago Apóstol, Patrón de España.