Miércoles de la Octava: Camino de esperanza y alegría de compartir
Madrid - Publicado el
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Cada día en este Tiempo glorioso Dios nos da nuevas gracias para dejarle entrar en nuestra vida. Hoy, cuarto día de la Octava de Pascua, nos adentramos un poco más en la vivencia del Misterio Salvador. El Señor ha Resucitado ¡Aleluya!¡Aleluya! ¡El que por nosotros colgó del madero vive para siempre! ¡Aleluya! Nosotros sólo hemos de gloriarnos en la Cruz del Jesucristo. Él es nuestra Salvación, Vida y Resurrección.
Este es el Único Nombre que se nos ha dado para rescatarnos del peso del pecado en el Cielo y en la tierra. ¡No tengo oro, ni plata que darte. Sólo te doy cuanto poseo: El Señor Jesús, la Buena Noticia de la Redención. Así se lo dirá Pedro al ciego. En el Evangelio del día, dos discípulos van caminado a Emaús entristecidos por lo acaecido el Viernes Santo, sin profundizar en lo que siguió tres días después.
Cuando el Señor se presenta como un Misterioso Caminante ellos le cuentan su pesar y Él les tiene que ir abriendo la mente poco a poco para entender las Escrituras. ¿Acaso no habían profetizado las Antiguas Escrituras que el Mesías tenía que padecer para entrar así en la Gloria Eterna. ¡Quédate con nosotros! La tarde está cayendo. ¡Quédate! ¿Cómo te encontraremos al declinar el día si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros. La mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino. Arroja en nuestras manos tendidas en tu busca las ascuas encendidas del Espíritu. Y limpia en lo más hondo, del corazón del hombre, tu Imagen empañada por la culpa. Jesús acepta la invitación y, al partir el pan y dárselo, se les abren los ojos y le reconocen. Ante su desaparición, los dos, a pesar de ser de noche retornan a Jerusalén para contar lo que les había pasado.