El profeta que mantuvo firmes en la fe a los israelitas en el destierro
Ezequiel se encargó de criticar la incredulidad de los judíos en el exilio, y de hacer crecer su esperanza en Dios
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La Nueva y definitiva Alianza que se rubricó en el Calvario y se consumó al alborear del Domingo de Resurrección fue prefigurada en el Antiguo Testamento con la sangre de animales. Pero el Pueblo de Israel fue olvidando todo lo que había prometido cumplir de la Ley de Dios. Quedaba muy lejos aquello del pacto que se hizo con Moisés como testigo.
El destierro es un hecho y hoy la Iglesia nos presenta al Profeta San Ezequiel, que se encuentra con los israelitas en el cautiverio echándoles en cara su incredulidad, pero alentándoles también a esperar el Día del Señor que llegará. Dentro de la Escritura, forma parte de los Profetas denominados mayores. Junto a él, están en este grupo Isaías, Jeremías y Daniel. A diferencia de los otros profetas, él sí que forma parte de los sacerdotes del Antiguo Testamento.
Su vida se centra en el destierro de Babilonia en el 598 a. C. ya que él también acompaña al pueblo judío en su cautiverio. En la primera parte de su profecía, Ezequiel recuerda al pueblo que es orgulloso y que el Templo en el que dan a Dios un culto vacío será destruido. En el segundo momento, tiene la misión de levantar la esperanza del pueblo que se siente abatido por la esclavitud en Babilonia.
En uno de los momentos más destacados de su libro, destaca que Dios quiere que el hombre viva su paseo de la mano de Dios por un valle lleno de huesos. Ante el estupor del profeta, le pregunta al Señor si podrán revivir esos huesos, hasta que le pide que profetice sobre ellos la vida. Entonces se recubren de carne y se transforman en seres vivos. La promesa que muestra es que el Señor les recogerá de todas las naciones y hará de ellos un pueblo de su propiedad. San Ezequiel muere hacia el año 569.