San Abrahán, ermitaño

San Abrahán, ermitaño

Jesús Luis Sacristán

Madrid - Publicado el

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La Iglesia nos sigue proponiendo Santos muy acordes con el sentido de desierto para acompañar a Cristo penitnete para prepararse a su Máximo Exponente de Amor que es dar la vida por todos los hombres. Hoy conmemoramos a San Abrahán, un ejemplo de soledad y contemplación al estilo más puro de los anacoretas. San Efrén, con quien le unió una estrecha amistad, es el que ha escrito sobre él, y sitúa su vida entre las zonas de Mesopotamia y Edesa.

Hijo bueno y leal de una familia rica pero generosa, sus padres deciden casarle proyecto que él rechazará, porque ya se había consagrado a Dios. Esto hace que sus padres se opongan. Al no conseguir el beneplácito paterno, en la noche de bodas se marcha a una cueva desértica, sin dar explicaciones a nadie y, tratando de no ser visto. Allí hará penitencia y oración con una entrega especial al Señor el resto de su existencia.

Buscado por todos, cuando le encuentran se reafirma en su consagración por el reino de Dios, logrando el consentimiento de su familia y de su esposa. Introducido en la mística de los anacoretas, vive en una cueva con miras al campo. Su estilo de vida es muy pobre, con pocos bienes y frutos de la tierra para comer. Su santidad y sencillez se propagan por los alrededores y muchas son las gentes que acuden a verle.

Así se acercan a aprender de él, de su bondad y humildad, por espacio de veinte años. El obispo de Lapseki, enterado de su sencillez le llama, encargándole que predique la Buena Nueva del Evangelio por su territorio, imbuido de paganismo, tras recibir el Orden Sacerdotal, y así que fuese un Pastor en plenitud. Este espíritu de celo por el Señor le acompaña al ermitaño San Abrahan hasta el final de su vida en el año 867.