San Narciso, obispo de Jerusalén
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El testimonio de los seguidores del Señor deja escuela porque su vida es acorde con lo que el Señor pide a sus discípulos. Hoy, Domingo XXX del Tiempo Ordinario, hacemos memoria de San Narciso. Nace en Jerusalén a finales del siglo I y, desde el primer momento, es educado en la Fe. Los Apóstoles o sus inmediatos sucesores son los que le enseñaron el Evangelio. De hecho, el formaría parte de la Primitiva Comunidad Cristiana.
Su vida siente la vocación sacerdotal para un mejor servicio a la Palabra de Dios. Cuando es ordenado sacerdote, destaca por su ejemplaridad al vivir su ministerio, que le llevaría a ser Obispo de Jerusalén. A pesar de ser bastante mayor, Dios le concede un espíritu de juventud y alegría, lo cual hace que impulse el progreso espiritual y humano de los creyentes, así como de todos los que le escuchaban.
Tuvo parte activa en el Concilio de Cesárea, donde se unificó la fecha para celebrar la Pascua. Y es que hasta ese momento la Iglesia Católica Oriental y la Latina no tenía un criterio único. Desde ese momento se celebra el Domingo siguiente al 21 de marzo que tenga luna llena, en alusión al mes de Nisán, el mes judío de la luna llena, que es cuando Murió y Resucitó Cristo. Pero surge la calumnia contra él por tres de sus sacerdotes, envidiosos de su santidad de vida.
Tras perdonarles, marcha a vivir en la contemplación, aunque sólo durante ocho años, ya que el arrepentimiento de uno de ellos, hace que vuelva. En este tiempo, donde ya es anciano, Alejandro, Obispo de Capadocia, le ayuda en el gobierno de la Sede Episcopal, sucediéndole a su muerte. También en esos momentos siente una mayor cercanía de sus fieles. San Narciso muere en el año 99.