El Santo obispo mártir por defender a Dios y los pobres

Partiendo el Pan que nos entrega a Dios y los hombres

Redacción Religión

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El eco de los profetas en el Antiguo Testamento tiene su constante prolongación en cada una de las realidades injustas que afectan al hombre. Sobre ellas la Iglesia debe tener una actitud de denuncia, desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. Los mismos profetas en la Escritura recuerdan la denuncia de Yavé a los que explotan al rico. El precio de su fidelidad a Dios para invitar a la conversión fue la muerte como la del Santo de este día, III Domingo de Cuaresma, San Óscar Arnulfo Romero. 

El emblemático obispo salvadoreño nace en Ciudad Barrios, un pequeño pueblecito, casualmente el 15 de agosto de 1917, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. De familia humilde le gustaba el mundo de la comunicación. Pero le impactaba sobre todo, la labor de algunos sacerdotes que pasaron por su pueblo y se planteó Y tú cura ¿por qué no? Los claretianos y jesuitas en sus centros de formación fueron testigos de su preparación al sacerdocio. Una vez ordenado sacerdote, estalla la II Guerra Mundial y Óscar es enviado a la Universidad Gregoriana de Roma a profundizar en la Teología.

De vuelta a El Salvador asume la Parroquia de Anamorós al este del país y ahí se nota su profunda oración que le hace ser extremadamente caritativo y servidor de los pobres. Entonces le nombran secretario de la Conferencia Episcopal salvadoreña y en el Secretariado Episcopal de América Central. Nombrado obispo auxiliar de San Salvador y en 1977 Arzobispo Titular. Fue un periodo en el que tomó conciencia de la dictadura del Ejército en el país donde se atacaba a todos los pobres y sencillos y donde la Iglesia fue también blanco en sus más humildes servidores. El signo de contradicción que predica Cristo en el Evangelio no le abandonó porque unos le aplaudieron y otros sectores le desprestigiaron. Pablo VI y Juan Pablo II le respaldaron cuando recibieron críticas y calumnias contra su persona.

El 24 de marzo de 1980 en su Misa dominical volvió a denunciar los crímenes y la corrupción pidiendo el cese de toda violencia en el Nombre de Dios. Fue entonces cuando un complot de caciques ofendidos contrató a un mercenario que ese día justo según había terminado la Consagración entró en la Iglesia y disparó contra él a bocajarro, asesinándole ante la impresión de sus humildes feligreses. En su visita a El Salvador San Juan Pablo II oró ante su sepultura y Francisco reconoció su martirio canonizándole el Cardenal Amato en el año 2015.

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