El santo que puso coherencia ante la relajación de costumbres en Inglaterra

La Cuaresma advierte de que en la existencia de cada uno vamos a pasar por periodos que nos hacen signo de contradicción. De la misma forma que Cristo en la Cruz y por lo tanto, el discípulo no puede ser menos que el Maestro. Eso va a llevar muchas veces al menosprecio y a expulsarnos de la comunidad humana, como así le sucedió al santo de este tercer día de abril, porque hoy celebramos a San Ricardo. 

Nace en Wyche en el siglo XII, dentro de una familia sencilla. Su estilo sencillo choca con el lujo que tiene la sociedad de su tiempo. Incluso los eclesiásticos, andan metidos en los asuntos terrenales, abandonando los temas espirituales y trascendentes. Tampoco se salvan los monjes que atraviesan una etapa de relajación, frente a sus antiguas normas. Sin embargo, nada de esto le aparta a Ricardo de su vida humilde. 

Pronto marchará a estudiar a Oxford, donde tendrá buenos maestros dominicos y franciscanos. Tras una corta estancia en París, retorna a Oxford, graduándose en Artes. También pasaría por las aulas de Derecho en Bolonia. Nombrado Canciller de Oxford, es designado para este mismo servicio en el Arzobispado de Canterbury y el de Lincoln. Por entonces ejerce la docencia en Orleáns, ordenándose allí mismo sacerdote.

Poco después es nombrado Obispo de Chichester, algo que el rey Enrique III ve mal. Cuando interviene el Papa ratificándole y consagrándole personalmente, las cosas empeoran hasta el punto de que el nuevo Prelado ha de acercarse a los pobres porque en las demás casas no le admiten. Así pasará los últimos momentos de su vida hasta que muere en el Asilo de Mas- Dieu a los 55 años.