Madrid - Publicado el
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No es fácil el seguimiento de Cristo desde el punto de vista humano. Solamente cogiendo la Cruz para caminar detrás de Él es la manera de descubrir su dulzura y su yugo llevadero. Pero los Apóstoles cuando les explica su Pasión y su Resurrección no quieren poner atención porque les preocupa la persona más importante entre ellos. Nuevamente la sorpresa que da Dios es inmensa porque la importancia en su Lógica es tener un corazón de niño.
Recordamos hoy, Domingo XXV del Tiempo Ordinario a San Mauricio y compañeros mártires que se vieron pequeños y abrazaron el Yugo de la Cruz. Su vida transcurre en el siglo III, como jefe de la legión Tebea. Junto a él, había un nutrido grupo de soldados también cristianos. La ocasión de manifestar su condición de creyentes, se pone de relieve durante una insurrección en Las Galias.
Para acometer esta rebelión, el Emperador Diocleciano ordena hacer un sacrificio a los dioses para vencer. Es el momento de la prueba que se les presenta. De ella saldrán victoriosos porque siguen al Espíritu de Dios. Mauricio y los demás soldados leales a Cristo se retiran para no apostatar de la Fe. Conocida la noticia por el Prefecto Máximiano Hércules, lugarteniente del César, éste ordena decapitar a los seguidores del Señor Jesús. Ellos dejan clara su fidelidad a Roma, siempre que no entre en conflicto con la Fe cristiana. Pero al ver que no había acabado con todos, ordena una segunda matanza.
Mauricio exhorta a los soldados cristianos a soportarlo todo por amor a Dios. Algunos otros soldados y jefes de diversas legiones se unen al suplicio de sus compañeros. El culto a San Mauricio y compañeros mártires comienza en el siglo IV.