• Jueves, 27 de junio 2024
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La Cartuja de Valldemossa y la Celda número 4, nido de amor de la pareja romántica más rompedora

Pasear esos mismos lugares, sentir en el ambiente el peso de la personalidad y las tribulaciones de quienes lo moraron, estimula la imaginación

Foto cedida por Cartuja de Valldemossa

Foto cedida por Cartuja de Valldemossa

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 10:38

“Tienes que imaginarme así: entre el mar y las montañas en una gran cartuja abandonada, alojado en una celda que tiene las puertas más grandes que las mayores cocheras de París…”. “Me encuentro en Palma, bajo palmeras, cedros, naranjos, limoneros, higueras y granados, de esos que “El Jardín de las Plantas de París no posee sino en sus estufas. El cielo es de color turquesa; el mar, de lapislázuli, las montañas de esmeralda. El aire es lo mismo que el cielo…”

Foto cedida por La Celda de Chopin

Foto cedida por La Celda de Chopin


Chopin llegó a Mallorca en pleno invierno de 1838, huyendo de un duelo al que lo había retado un antiguo amante de George Sand y, sobre todo, para alejarse del clima frío y húmedo de París que tan mal le sentaba a su delicada salud. Con él, la rompedora George Sand, la mujer que le robó el corazón después de un comienzo poco romántico, porque dicen que cuando se conocieron, él preguntó si la escritora era realmente una mujer al verla vestida con pantalones, fumando y “falta de atractivo” y ella preguntó a su vez si el compositor, tímido, de pelo rizado y apariencia frágil, era una niña. Profundamente enamorados después y alentados por la descripción que el Duque de Montpensier y la misma Isabel II hacían de la isla balear, en pleno viajaron a la isla en la que terminaron alojados en la Cartuja que, tras la desamortización de Mendizábal, “No sabiendo el Estado mallorquín cómo utilizar estas vastas construcciones, había tomado el partido de alquilar las celdas a las personas que quisieran habitarlas antes de que el abandono las acabase de hundir” escribió Sand en su libro “Un invierno en Mallorca”. En ese libro muestra, además, su admiración por el entorno: “Desde esta pintoresca Cartuja se domina el mar por los dos lados. Mientras que se le oye rugir al norte, se le percibe como una débil línea brillante más allá de las montañas que van descendiendo y de la inmensa llanura que se despliega al mediodía; cuadro sublime, limitado en el primer llano por rocas negras, cubiertas de pinos; en el segundo por montañas de perfil atrevidamente recortado y franjeado de árboles soberbios; en el tercero y en el cuarto por mamelones redondeados que el sol poniente dora con los más cálidos matices…”.

Foto cedida por La Celda de Chopin

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Sand la describía como un lugar relativamente acogedor, “las tres piezas que la componían eran espaciosas, abovedadas con elegancia y ventiladas por el fondo con claraboyas acristaladas, todas distintas y de un hermoso dibujo”, mientras escuchaba en rigurosa primicia algunas de las creaciones de Chopin: “El piano Pleyel, arrancado a las manos de los aduaneros después de tres semanas de entrevistas y de 400 francos de contribución, llenaba la bóveda elevada y resonante de la celda con un sonido magnifico…”.

Foto cedida por La Celda de Chopin

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Si las paredes de esta Cartuja, nacida como palacio para curar a un niño, pudieran hablar, nos contarían que aquí, además Chopin y Sand, se alojó San Vicente Ferrer cuando, a petición popular, acudió a predicar a Mallorca; que fue prisión para Jovellanos que llegó con el castigo de ser "Privado de papel, pluma, lápiz, tintero u otra cosa con que pudiera escribir"; o que llenó de asombro a Unamuno, hasta el punto de que llegó a decir que “Valldemossa es el más célebre que como paisaje y lugar de retiro y de goce apacible de la naturaleza tiene Mallorca”.

Hoy, pasear esos mismos lugares, sentir en el ambiente el peso de la personalidad y las tribulaciones de quienes lo moraron, estimula la imaginación, aunque como escribió George Sand: “Por lo que a mí me toca, diré que nunca he sentido mejor la nulidad de las palabras, que en estas horas de contemplación pasadas en la Cartuja”.


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