Peñíscola, una ciudadela de cine, guardiana del tesoro de los templarios y los secretos del Papa Luna

Si existe un lugar fascinante en la provincia de Castellón, ese es Peñíscola, una ciudadela rodeada de murallas imponentes y, en lo alto, un castillo que domina el entorno hasta mucho más allá de los edificios turísticos que la rodean.

Antes de que los templarios construyeran ese castillo, ya había sido utilizada como fortaleza casi inexpugnable, aprovechando la protección única que le confiere su asentamiento sobre esa cumbre rocosa.

Hoy, entrar en la ciudadela, subir sus calles empedradas, estrechas e iluminadas por el blanco con ribetes azules de sus casas, es como dar un paso atrás en el tiempo, donde el silencio fuera de la temporada turística sólo se ve roto por sonidos sorprendentes como el que emite El Bufador, una enorme oquedad en la roca, que se abre a pie de mar y que, seis metros más arriba, deja oír el rugido del mar con toda su fuerza, sobre todo en los días de temporal.

Subiendo por la rampa que lleva al Portal Fosc (Portal oscuro), podemos imaginar, a Charlton Heston caracterizado de Cid Campeador en una de las películas más extraordinarias jamás rodadas, tanto que ya es parte de la historia de Peñíscola, no sólo por la película en sí, sino porque un tramo de las murallas más altas que hoy circundan la ciudadela, fue construido expresamente como decorado para el rodaje y es lo bastante alto como para tapar las partes del pueblo que no encajarían en la época del Campeador. Hoy, esas murallas hechas de piedra y cemento y que durante muchos años figuraron en el Libro Guiness como el mayor decorado cinematográfico, siguen en pie como una parte más del recinto soportando las acometidas del mar cuando está bravo, conviviendo con las originales en las que se pueden ver los impactos de los disparos lanzados por los franceses durante la Guerra de la Independencias y siendo testigos de otros rodajes como Calabuch de Berlanga o Juego de Tronos.

De camino hacia el castillo, solo necesitamos olvidarnos de los múltiples comercios, bares y toldos, para imaginar a los caballeros templarios espoleando a sus caballos hacia la cima o a Pedro Martínez de Luna, el Papa Luna, pensativo y enrabietado porque Roma no le reconocía como tal. Por el contrario, era adorado por los peñiscolanos que acudían al castillo para que los curasen de sus males digestivos, renales y dolores de cabeza con la Tisana del Papa Luna que todavía hoy se puede tomar en Peñíscola y está elaborada con coriandro, anís, alcaravea, comino, regaliz, díctamo y canela.

Cuenta la leyenda que mientras el Papa Luna construía con sus propias manos y en una sola noche, la escalera de más de 100 escalones que baja de la fortaleza hasta el mar, perdió su anillo papal y que nunca fue encontrado, pero que, terminada la escalera, echó su capa sobre el agua y llegó sobre ella hasta Roma para reivindicarse como Papa, popularizando con su obstinada perseverancia una frase que ya es historia, ”yo sigo en mis trece”.

Peñíscola es un regalo para la vista, pero tiene también tesoros escondidos como el que dicen que los templarios franceses habrían traído desde Francia poco antes de ser exterminados y que, según cuenta la leyenda, se encuentra oculto en algún lugar del castillo.

Desde lo alto, además de poder tocar la historia con las manos y la leyenda con la imaginación, podemos gozar de unas vistas extraordinarias sobre el cercano Parque Natural de la Sierra de Irta con sus 12 kilómetros de litoral completamente virgen y sus 15 calas de extraordinaria belleza todavía no adulterada por la mano del hombre.