¿Qué misterioso libro lee el Doncel de Sigüenza, la ciudad de los “cien obispos de armas tomar”?
Publicado el
4 min lectura
Julio de 1486, en la Vega de Granada, las tropas cristianas perseveran en su campaña contra la invasión musulmana. Cuando luchan en las proximidades de la Acequia Real también llamada Acequia Gorda, caen en una emboscada de los árabes que abren las compuertas del Genil, desbordando la acequia y ahogando a muchos soldados cristianos. Algunos consiguen vadear la zona y llegar a tierra firme, otros, intentando rescatar a sus compañeros, recalan en la orilla tomada por los musulmanes que tienen la cruel costumbre de no hacer prisioneros. Martín Vázquez de Arce, caballero de Santiago a las órdenes del Duque del Infantado, murió heroicamente en esa Acequia Gorda.
Cinco años más tarde, sus padres deciden trasladar sus restos a su Sigüenza natal y su hermano, encarga para él la que es “la más bella figura fúnebre de España”, según Ortega y Gasset.
…”Al contemplar la muerte frente a frente,/ no pierde la arrogante compostura:/ requiere el libro que le da su gente,/ el codo apoya, quiebra la cintura,/ cruza las piernas y elegantemente/ entra en la eternidad de su lectura”. Así describe, en un soneto, Antonio Fernández-Galiano Fernández su impresión ante la figura del desdichado joven.
Por su parte, Unamuno, artífice de que Martín terminase siendo conocido como El Doncel de Sigüenza, se plantea preguntas que, todavía hoy, siguen sin respuesta. “Recostado sobre su tumba lee un libro que sostiene con ambas manos y se sonríe. ¿Qué libro es? ¿Lee de veras o más bien no sueña mirando al libro, pero sin ver nada en él?”, escribió don Miguel.
Esa sigue siento la incógnita, ¿qué misterioso libro lee Martín Vázquez de Arce, el joven que Ortega y Gasset describió como “un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje; en los labios una sonrisa volátil”?.
Son muchas las teorías. La Biblia, dicen unos; un libro de oraciones, afirman otros; las “Coplas a la muerte del maestre Don Rodrigo” de Jorge Manrique aventuran también, atendiendo a su condición de Caballero de Santiago. Todos pueden tener razón y puede no tenerla ninguno porque en las páginas de alabastro que aparecen a la vista, no hay texto alguno escrito.
Lo único cierto es que el joven caballero que lo sostiene y mira con los ojos entornados, no era propiamente un doncel, sino un curtido y valeroso caballero, no exento de intelectual actitud, tal como escribe Ortega y Gasset, “Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica”.
Ese Doncel, figura icónica de Sigüenza, forma parte inseparable de la hermosa catedral con torres almenadas que es un auténtico joyero en el que se custodian valiosos y singulares tesoros y no pocas leyendas. Dice la tradición popular, que en algún lugar de esa espectacular catedral, arranca un pasadizo secreto que desemboca en el pozo que se encuentra en el patio del castillo construido por el obispo Bernardo de Agén sobre las ruinas de otro anterior.
La historia cuenta que, aunque el Cid Campeador llegó a expulsar a los árabes que habían invadido Sigüenza, tras continuas incursiones, estos consiguieron hacerse nuevamente con la ciudad. Sería el aquitano Bernardo de Agén quien, junto con las huestes de otros obispos, conseguiría expulsar a los musulmanes de manera definitiva por lo que, cuando el rey Alfonso VII les concedió el mando sobre la ciudad, empezó a ser conocida como “la de los cien obispos de armas tomar”.
En ese castillo que fue largo tiempo fortificada residencia episcopal, dicen también que vaga el fantasma de la reina Blanca de Borbón.
Según la historia Pedro I el Cruel, tras contraer matrimonio con Blanca de Borbón, nieta del rey francés San Luis, a los cuatro días de la boda, decidió abandonarla para irse a vivir con su amante María de Padilla. Para evitar que la reina pudiera buscar adeptos, ordenó su enclaustramiento en una de las torres de este castillo y durante cuatro largos años, apenas se le permitió abandonar sus aposentos. Finalmente, tras hacerla trasladar a Andalucía, Blanca de Borbón fue asesinada por orden de su esposo. En ese castillo convertido ahora en Parador de Turismo, dicen que los lamentos y arrastrar de cadenas que se escuchan algunas noches, corresponden a la reina repudiada, abandonada y recluida en la que hoy se conoce como Torre de Doña Blanca.
Es Sigüenza. "Son las tierras que el Cid cabalgó, ... son las tierras donde se suscitó el primer poema castellano... Al volver la vista atrás, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ladera. En lo más alto el castillo; en el centro del caserío se incorpora la Catedral del siglo XII”, como escribió Unamuno.