Santa María la Blanca, guardiana del tesoro de los templarios y de la gallina de los huevos de oro
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“El día del equinoccio de primavera, dirigíos a la iglesia de Sirga y golpead el punto del toro que haya iluminado el sol, entonces las bocas de las dos cabezas que se encuentran a cada lado del Pantocrátor os revelarán el lugar en el que los templarios escondieron su fabuloso tesoro”. Eso dice una antigua leyenda.
Por su parte, cuenta la historia que cuando en octubre de 1307, Felipe IV de Francia ordenó detener a todos templarios y confiscar sus bienes, algunos de los caballeros del Temple lograron escapar llevando consigo gran parte de los fastuosos tesoros que habían reunido, para ocultarlos en distintos lugares, protegiéndolos de las maneras más extrañas, en laberintos, en cuevas o en estancias secretas de las iglesias que ellos habían construido, un tesoro que jamás ha sido encontrado, todavía.
A uno de esos lugares, la iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga, en Palencia, se refiere esa leyenda transmitida de padres a hijos durante generaciones. Lo curioso es que, en torno al espectacular Pantocrátor hay un águila, un ángel y un león que representan a San Juan, San Mateo y San Marcos, pero el toro con el que habitualmente se representa a San Lucas y que debería ser al que se refiere la leyenda, aparece misteriosamente cambiado por un cerdo, no se sabe el motivo, tal vez con la finalidad de evitar que el toro sea encontrado por los buscadores del tesoro templario.
Mucho antes de que se convirtiera en guardiana del secreto del tesoro de los templarios, esta iglesia de Santa María era ya un destino popular entre los devotos y entre los peregrinos que hacían el Camino de Santiago que dejaron constancia de numerosos milagros concedidos por intercesión la Virgen de Sirga, con la creencia de que los favores que no concedía el Apóstol, los concedía ella al regreso, como el caso de un peregrino alemán que se quedó ciego en el camino y al que sus acompañantes decidieron acompañar hasta esa iglesia y dejarlo allí, ante el temor de que se les muriese si seguían camino de regreso con él. Encomendándose a la Virgen, el peregrino recobró la vista, tal como describe Alfonso X el Sabio en sus Cantigas de Santa María:
“Pero la madre del que convirtió el agua en vino, / se apiadó de él y escuchó los gritos / tan grandes que él daba, llamándola «Gloriosa» / y llorando intensamente. Pero La Muy Preciosa / lo escuchó y lo curó porque tenía poder, / por lo que todos cuantos allí estaban quedaron maravillados. / Con razón deben ser contados los milagros”.
En el interior de esa bellísima iglesia y bajo los pies de una de las imágenes de la Virgen, se conserva un sillar que también habla de milagros, una de las piedras destinadas a formar parte del templo y con el que la Virgen le salvó la vida a un muchacho al que habían condenado a morir en la horca.
Escribió Alfonso X el Sabio, que el chico había comprado un sillar para contribuir a la construcción del templo, pero que cuando lo vieron con él, lo acusaron de haberlo robado y lo condenaron a ser ahorcado.
“Pero la Virgen Gloriosa, que es solicitada por los pecadores/ y que muy gustosa los socorre en sus penurias, / enseguida, la verdaderamente santa, madre y señora de las señoras, / trajo aquel mismo sillar que él había comprado. / Cuando había ido a Villasirga, así como ya hemos contado,/ y lo puso bajo sus pies, tal como verdaderamente supimos, / y esta señora que mencionamos lo mantuvo vivo… / Al día siguiente, sus parientes y otra gente de la ciudad/ llegaron a la horca/ para descenderlo/ y vieron debajo el sillar, además, oyeron como hablaba/ en su presencia, diciendo: «Alabado / quien a Santa María sirva de buena gana.”
Si el templo resulta fascinante, no lo es menos leer las cantigas del rey Sabio, como cuando describe como todo un ejército de soldados árabes se quedó ciego al intentar derribar esta iglesia, sin conseguirlo.
“Y fueron a la iglesia en la que entonces estaban trabajando / muchos hombres de aquella tierra para obtener el perdón de Dios / y al ver el ejército de los moros, a Carrión / huyeron, dejando la iglesia desamparada.” / (…) / “Los moros entraron dentro y quisieron derribar / la iglesia, y destruirla y quemarla, / pero por mucha fuerza que hiciesen, no pudieron / arrancar la piedra más pequeña de cuantas había allí.” / (…) / Además, la Virgen hizo que perdiesen la fuerza de los miembros, / de modo que no hubo manera de que pudieran hacer ningún daño, / y, además, dejaron de ver por los ojos, / pues ciegos y maltrechos los sacaron de allí.”
Dentro, Juan Pérez, el misterioso caballero templario enterrado en una de las tumbas, forma también parte de la leyenda de este lugar, por un legendario pacto que habría hecho con el diablo para que le mostrara los secretos de las mejores construcciones religiosas a cambio de entregarle su alma. El relato popular dice que el caballero, arrepentido, habría construido esta iglesia en honor a la Virgen y en la que ahora descansa al lado del Infante Don Felipe de Castilla, hijo de Fernando III El Santo, y de su esposa Inés de Guevara.
No lejos de este templo espectacular y mágico, en Terradillos de los Templarios, la creencia popular habla de que es allí donde los caballeros del Temple enterraron la gallina de los huevos de oro, evitando así que les fuera confiscada para llevarla a la catedral de Santiago a la que ellos enviaban uno de esos huevos cada año pero que, no conformes, les reclamaban el animal.
Con menos de 200 habitantes, Villalcázar de Sirga y su iglesia de Santa María la Blanca, firman algunas de las historias más asombrosas del Camino de Santiago.