El calvario de Laura Luelmo: secuestrada por su vecino, cuarenta lesiones y un golpe fatal con una piedra
La joven volvía de hacer la compra cuando Bernardo Montoya se interpuso en su camino. Hoy, tres años después arranca el juicio y la Fiscalía le acusa de tres delitos
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Por más que pase el tiempo, hay sucesos que marcan nuestros días. Nos generan, dolor, tristeza y penuria por muy ajeno a nosotros que sea el acto. Algo así vivimos en España hace poco menos de tres años, cuando una joven zamorana partió hacia tierras del sur de nuestro país motivada por la experiencia de hacer lo que más le gustaba: enseñar valores y educar a los más jóvenes desde los libros de texto, las tizas y la pizarra.
Laura Luelmo salió de su bella Zamora para dar un paso en su vida en un momento el que nos atrevemos a ser valientes, innovadores y atrevidos. Cegados por la ilusión, viendo un futuro lleno de esperanzas y de sueños que jamás, nunca deberían verse frustrados. Pero como todos sabemos, en ocasiones la vida tiene otros planes para nosotros. Y a veces esos planes son crueles, violentos, injustos y ante todo, despiadados.
A principios de diciembre de 2018 Laura llegó a Huelva para desempeñar su labor como profesora. Tenía 26 años, solo 26. Ya desde su llegada a la localidad de El Campillo, le extrañaba la presencia de un vecino de apariencia amenazante y temerosa. Se lo notificó a su pareja, algo fallaba con ese tipo.
Nueve días después de su llegada a Huelva, el 12 de diciembre, mientras las luces de navidad iluminaban las calles de la localidad onubense, previsoras de la belleza de las fiestas que estaban por llegar, hubo una luz que empezó a atenuarse. Laura venía de hacer la compra, se dirigía a su casa luego de un día de trabajo. Eran prácticamente las 17:30 de la tarde cuando alguien se interceptó en su camino.
Bernardo Montoya, el tipo extraño del que Laura habló a su pareja, la raptó y en apenas unos segundos logró introducirla en el interior de su vivienda. Los gritos y las peticiones de auxilio de Laura no sirvieron para evitar nada, por desgracia. Montoya la pegó, la golpeó. Magulló su cuerpo hasta dejarla completamente debilitada. La inmovilizó y amordazó. Castigó su cuerpo torturándola y asestándola diversos impactos incluso con un palo.
La violó. La torturó sin miramientos y trató de producirla el mayor daño posible, todo ante la mirada de un asesino sin alma ni sentido humano y la visión de una muchacha que ya sospechaba de ese tipo extraño que estaba en su vecindario. 78 minutos de vejaciones, torturas, violaciones y dolor; un padecer que terminó en torno a las 18:45 de aquel terrible 12 de diciembre. La mató. Una víctima más del terror. Cuarenta lesiones y una definitiva causada con una piedra.
Su asesino la introdujo en el maletero de su coche envuelta en una manta, semidesnuda y con el único propósito de deshacerse de ella de cualquier manera. Bernardo Montoya llevó el cuerpo sin vida de Laura al paraje de Las Mimbreras y lo arrojó. Días después, una persona que pasaba en ese momento por la zona, localizó el cuerpo de la joven. La luz de Laura se apagó, ahora es el momento de la justicia, de que se haga lo correcto, de colocar las cosas en su lugar.
Arranca el juicio
Este lunes comienza la vista por la que Bernardo Montoya se pone a disposición de la Justicia. No es nada nuevo para él, ya está acostumbrado. A finales del siglo pasado, en la década de los años 90, ya que por aquel entonces tanto él como su hermano Luciano ya han matado. En el caso de Bernardo, sobre su espalda descansa el peso del asesinato de una anciana de 82 años, quien le había denunciado por intentar robar en su vivienda.
En esta ocasión, la Audiencia Provincial de la provincia de Huelva le espera con la Fiscalía pidiendo por él prisión permanente revisable por delito de asesinato, además de veinte años de cárcel por secuestro y otros doce por agresión sexual.
Casi tres años después sigue sin haber respuestas al por qué de estos actos despiadados, a la crueldad enorme de quien asesinó a la joven, a por qué Laura nos tuvo que dejar. Sin resoluciones, sin alma, sin piedad… Sin sentido. Momento para que hable la justicia.