Sánchez mantiene en vilo al PSOE en la cuenta atrás a su investidura

En la mente de Pedro Sánchez siempre ha rondado más lograr asegurarse una Legislatura completa, de cuatro años, que atarse de manos con cesiones para franquear el necesario trámite de la Investidura. Tal convencimiento ha sido trasladado repetidamente por La Moncloa y Ferraz. Con esos mimbres, Sánchez llegó a anclarse en su modelo de Gobierno monocolor, de relaciones abiertas, y obligada “cohesión interna” para rechazar la entrada de Pablo Iglesias.

Los dirigentes socialistas, según han admitido a la Cadena COPE varios de ellos, se dejan llevar por una suerte de fe ciega en el líder, lo que consiste básicamente en desconocer cuál es su estrategia, pero confiar en los beneficios de todos y cada sus pasos. Eso ocurrió al aprobar por unanimidad la Ejecutiva Federal del PSOE la oferta a Podemos limitada estrictamente a un Gabinete de cooperación, excluyendo la entrada de miembros morados en el Consejo de Ministros. El aval a Sánchez de los suyos incluyó un refrito de su programa electoral como base de negociación que tuvo la virtualidad de provocar un monumental enfado de Iglesias que quedó visualizado apenas 24 horas con el fracaso de su cita, cara a cara, en el Congreso de los Diputados.

El equipo del Presidente, encabezado por su jefe de Gabinete, Iván Redondo, convertido en las siguientes horas en “bestia negra” de los morados, parecía claramente orientado en debilitar al proclamado “socio preferente”, en doblegar la voluntad del secretario general de Podemos. En un clima enrarecido, Pedro Sánchez echó mano de las “discrepancias de fondo” en asuntos de Estado marcando aún más distancias de Pablo Iglesias. Sobre todo ante la crisis en Cataluña y cuando, al calor de la sentencia del “procés”, pueda abocarlo al despliegue de un nuevo 155.

La aplicación del artículo de la Carta Magna, arma legal exigida por PP y Ciudadanos durante la campaña de las generales y rehuida por Sánchez, pasaba a convertirse en instrumento enarbolado por el jefe del Ejecutivo para rechazar posibilidad alguna de una coalición. Aunque lejos de tirar la toalla, Sánchez anunciaba a bombo y platillo una llamada telefónica a Pablo Iglesias que pareció más destinada a empezar a colgar al jefe de Podemos las culpas de la ingobernabilidad que a una voluntad de tratar de acercar posiciones.

El fracaso de la conversación, sin embargo, desencadenó un movimiento de Sánchez para probablemente reforzar su discurso si no logra su objetivo de ser investido este julio. Siempre podrá presentarse como el candidato que lo intentó todo para lograr la gobernabilidad, pero, acertada o equivocadamente, fue interpretado como un gesto desesperado por Iglesias. Resultó en la práctica un globo sonda. Suficiente. La admisión de ministros técnicos, aunque con carné de Unidas de Podemos, naufragó ante el rechazo tajante de Pablo Iglesias y terminó por envalentonarlo desencadenando la consulta a las bases, pero también obligó al entorno de Pedro Sánchez, irritado, a volver sobre sus pasos y, para colmo de males, descolocó las filas socialistas. Al fin y al cabo, recibieron el recado de que “el Presidente estaba valorando todos los escenarios posibles”.

Sea como fuere, cruzándose además la guerra de relatos ya descontada ante la opinión pública, Sánchez mantiene en vilo al PSOE. A la espera de nuevos movimientos, la creencia de que el “núcleo duro” tenía todos los escenarios previstos, se ha evidenciado errónea. El desarrollo de los acontecimientos sugiere que el escenario más probable es el de un bloqueo, ya asumido en el fuero interno socialista, y ello hace crecer la impresión de que su líder puede llegar a septiembre con un serio desgaste de imagen, aún cuando resulta obligado hacer la salvedad de que renovados giros sobre el tablero son posibles en esta cuenta atrás al debate de investidura.