Sánchez arrastra al 26-M su fallida OPA a Rivera
Aunque nadie pueda birlar al Presidente los réditos electorales, la peor cara la ofrece su equipo ante Ciudadanos
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Pedro Sánchez coloca de nuevo sus fichas sobre el tablero y, sin abandonar el modo campaña, da una vuelta a sus movimientos de cara a las elecciones municipales, autonómicas y europeas. El presidente en funciones trabaja con un calendario que concluya en la penúltima semana de junio con la investidura y la formación del nuevo Gobierno. Los suyos le han visto convencido de lograr cuadrar los números, una vez las urnas del 26-M disipen el color del mapa político en su conjunto y acepte la designación del Rey como aspirante a recabar la confianza de las Cortes.
La estrategia de Sánchez, por ahora, pasa por tratar de ocupar la centralidad política. De ahí que haya buscado su fotografía, de carácter institucional, recibiendo en La Moncloa a los líderes del PP, Pablo Casado, de Ciudadanos, Albert Rivera, y de Podemos, Pablo Iglesias, oficialmente para determinar qué tipos de asuntos pueden ser objeto de entendimientos o incluso de pactos de Estado, y en el caso de Iglesias, tantear las posibilidades de ahondar en un futurible acuerdo programático. Una escenografía, a priori, de cara a la galería, al servicio deSánchez sin anticipar la nueva etapa en la que parece adentrarse el país, toda vez próximos al jefe del Ejecutivo reconocieron haber “desconcertado” con esta ronda de contactos a Casado y Rivera.
Con el presidente de la formación naranja, precisamente, sólo se antoja ya imaginable que Pedro Sánchez espere poder girar en el horizonte abierto la correspondiente letra con pago aplazado de su mutua hostilidad. El escenario a tal fin resultaba idóneo el pasado 28 de abril. El momento era aquel y Sánchez lo tuvo claro. Sus próximos también. El candidato del PSOE, de hecho, aprovechó la instantánea de Colón durante la carrera de las generales para empotrar a Ciudadanos en posiciones de derechas y atraerse a los votantes fronterizos con sus siglas. El mensaje entre líneas fue claro: A todos los que estáis en contra del giro de Albert Rivera, incluido su veto a los socialistas, yo soy vuestro líder de centro-izquierda.
El éxito naranja, pasando de 32 a 57 escaños, a apenas unas décimas en porcentaje de voto del PP, superándolo incluso en 5 comunidades autónomas, pilló desprevenidos a los gurús con despacho en el Palacio de La Moncloa. Esos mismos llegaron a trasladar a Sánchez que Rivera podría sufrir una debacle, que sus análisis aventuraban una fuerte pérdida de votos por el centro y que incluso la campaña se le iba haciendo cuesta arriba frente al empuje de VOX. Nada de eso ocurrió, pero tales mantras calaron en el estado mayor del PSOE.
De los 800.000 electores que, según cuantificaron en la calle Ferraz, dudaban el 28-A entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, los socialistas aspiraron a absorber a 500.000. Lograron convencer a 275.000 a medio camino entre el rojo y el naranja. Apenas algo más del 50% del objetivo marcado por los estrategas. La confianza del PSOE en dejar a Ciudadanos con las capacidades muy mermadas resultó un espejismo. Así las cosas, Rivera aspira al abordaje del PP. Los efectos para los socialistas en distintos territorios está todavía por ver.
En cualquier caso, Pedro Sánchez emprenderá la campaña de las municipales, autonómicas y europeas abalanzándose en líneas generales a por los votantes del flanco izquierdo de Albert Rivera. A expensas del veredicto de las urnas, muchas combinaciones para amarrar poder van a pasar por los naranjas, pero su líder puede apostar aquí y allá, precisamente, por el lado izquierdo para mantener su balanza en el equilibrio que tanto le obsesiona. En el PSOE, sobre todo un puñado de barones, lo saben. O, al menos, quieren creerlo.