Las etiquetas “verdes” tendrán que demostrar con pruebas lo que dicen
Bruselas aprueba por unanimidad el fin del ecoblanqueo y el ecopostureo industrial
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Bio, natural, eco, sostenible, neutro, respetuoso con el medio ambiente... los expertos han contabilizado hasta 1.200 etiquetas distintas que se utilizan en distintos sectores para contarle al consumidor que su producto es bueno con el planeta. Sin embargo, el largo proceso legislativo llega a su fin, y una vez que el Parlamento Europeo ha aprobado el texto definitivo prácticamente por unanimidad, solo queda un trámite de rigor en el Consejo y empieza la cuenta atrás: los 27 países miembros de la UE tienen 24 meses como máximo para llevarlo a sus legislaciones.
En inglés lo llaman “greenwashing” (lavado verde, literalmente) y en español se ha dado en traducir como “ecoblanqueo” o “ecopostureo”. Lo pagan los consumidores, lo sufren las empresas que sí se toman en serio la cuestión y, en definitiva, lo acusa el planeta mientras las conciencias se falsean. Pero tiene dos vertientes, y en ambas pretende incidir la nueva legislación. La más evidente, la de los códigos en los envases, ahora tendrá que pasar un filtro oficial y demostrar con pruebas fehacientes que las afirmaciones o las promesas se corresponden con la realidad. Pero a largo plazo, lo que Bruselas busca es la durabilidad. Que los objetos se comercialicen con la garantía correspondiente, que se puedan reparar, que no acorten su vida de forma programada y, aunque parezca obvio, que se fabriquen pensando en durar mucho tiempo. También la denominada obsolescencia temprana destruye el medio ambiente. Y eso incluye los consumibles, como los cartuchos de tinta de las impresoras, cuando parecen gastarse antes de tiempo para incitar al gasto, o los propios teléfonos móviles.
La ponente de toda esta reforma se llama Biljana Borzan, es de Croacia y pertenece al Grupo Socialista. Superada la votación, con un exitoso respaldo de 593 votos a favor, 21 en contra y 14 abstenciones, declaraba: “Esta ley cambiará la vida cotidiana de todos los europeos. Nos alejaremos de la cultura de usar y tirar, haremos que el marketing sea más transparente y lucharemos contra la obsolescencia prematura. Los ciudadanos podrán elegir productos más duraderos, reparables y sostenibles gracias a etiquetas y publicidad fiables”. Y ponía un ejemplo concreto: “Las empresas ya no podrán engañar a la gente diciendo que las botellas de plástico son buenas porque la compañía plantó árboles en algún lugar, o que algo es sostenible sin explicar cómo. ¡Esta es una gran victoria para todos nosotros!”.
Algo parecido les sucederá a las compañías aéreas cuando quieran relativizar la huella de carbono de sus vuelos: la nueva Directiva prohibirá también alegaciones de que un producto tiene un impacto neutro, reducido o positivo en el medio ambiente gracias a supuestos sistemas de compensación de emisiones. En el futuro, solo se permitirán etiquetas de sostenibilidad basadas en sistemas de certificación oficiales o autorizadas por las autoridades públicas. Hay quien habla ya de un cambio de modelo económico, de una auténtica revolución normativa... verde.