El pueblo nicaragüense pone en jaque al Gobierno de Daniel Ortega
El presidente y su vicepresidenta viven sus momentos más bajos. La violencia mostrada, la represión contra los jóvenes, la presión internacional y, sobre todo, el divorcio con la Iglesia católica y los empresarios parecen abocar al Gobierno al principio del fin
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El sandinismo liderado por el exguerrillero Daniel Ortega se tambalea por primera vez desde que recuperara el poder en 2006. La histórica manifestación, con la participación de más de 10.000 personas que salieron a las calles para pedir la paz y condenar la represión, se convirtió en un grito prácticamente unánime para pedir la salida del presidente Ortega y su vicepresidenta, Rosario Murillo. La corrupción, los supuestos fraudes electorales, las alzas de combustibles, la impunidad de la Policía, las muertes sin explicación de campesinos opositores, unida a una reforma de la Seguridad Social, incomodaron al pueblo. La violencia utilizada por los antidisturbios y las fuerzas de choque del gobierno, la muerte de una treintena de personas y los casi 500 heridos que reportan las organizaciones humanitarias colmaron el vaso de la paciencia de los nicaragüenses.
El discurso oficial de "paz y reconciliación" había saltado por los aires. "Para conocer el presente hay que comprender el pasado", decía el historiador Pierre Vilar. El sandinismo, movimiento de izquierda socialista, tiene su bautismo en la lucha antiimperialista de Augusto C. Sandino, su confirmación en 1961 con el nacimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y su culminación en el derrocamiento de la dictadura de Somoza. Entre sus principios, según reconoció el Ejecutivo en un documento oficial en 2012, destaca la realización de los seres humanos, la superación de la pobreza, la inclusión y el igualitarismo. Su representación de amplios sectores de la sociedad le hizo gobernar a Ortega de 1985 a 1990, pero fue entonces cuando de forma sorpresiva Violeta Chamorro ganó las elecciones y derrocó al FSLN.
"Tras el triunfo de la revolución fallaron las bases ideológicas, ahora el caso es más dramático porque fallan las ideas", señaló en 1999 el último Premio Cervantes, el nicaragüense Sergio Ramírez, en la presentación del libro "Adiós Muchachos". Sin embargo, después de 16 años, Ortega logró el poder nuevamente en 2006. Pese a continuar con un discurso revolucionario, aprendió de los errores y puso en marcha el denominado como "modelo de alianzas, diálogo y consenso", una especie de matrimonio de conveniencia con la Iglesia católica y con la empresa privada, los sectores que le lastraron en su derrota de 1990. El resultado, una Nicaragua "cristiana, socialista y solidaria", según rezan los eslóganes del Gobierno, y una política capitalista con los empresarios, lo que nada tiene que ver con los ideales de la corriente sandinista.
Tras las elecciones de 2016, los resultados fueron calificados como "farsa electoral y fraude constitucional" por parte de la principal coalición opositora. Su exaspirante a la Presidencia Luis Callejas advirtió de que "el pueblo está cansado de farsa, el pueblo quiere elecciones libres, transparentes, competitivas y observadas". Según revalidó su poder por tercer mandato consecutivo, Ortega designó a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta, lo que se unía a la entrega a sus hijos de la dirección de los medios de comunicación oficialistas.
El autoritarismo, el desgaste gubernamental y este nepotismo produjeron importantes escisiones en las filas del sandinismo, lo que provocó que en amplios sectores se empezara a diferenciar entre sandinistas y orteguistas. "Desde el regreso del sandinismo, en enero de 2007, hasta hoy, la democracia nicaragüense se ha ido desdibujando para convertirse en un régimen cada día más autoritario", señaló el Premio Nobel de la Paz 1987, el costarricense Óscar Arias.
Este caldo de cultivo estaba latente, pero el vaso rebosó tras unas protestas que comenzaron contra las reformas de la Seguridad Social y han acabado en una moción de censura de la población contra Ortega. El presidente y su vicepresidenta viven sus momentos más bajos. La violencia mostrada en las manifestaciones, la represión contra los jóvenes, la presión internacional y, sobre todo, el divorcio con la Iglesia católica y los empresarios parecen abocar al Gobierno al principio del fin. Las próximos semanas marcarán el triunfo de la revolución popular o la defensa numantina del "orteguismo" para aguantar en el poder. De momento, el pueblo ha puesto en jaque al Gobierno de Ortega.