El precio de la libertad

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La fiscalía de Nicaragua ha presentado, por fin, su acusación contra el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, por los delitos de conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional y propagación de noticias falsas en perjuicio del Estado. Tan rimbombante formulación significa simplemente que monseñor Álvarez mantuvo su libertad de palabra para testimoniar la fe y sus consecuencias civiles ante sus fieles, sin plegarse a la extorsión permanente de la dictadura de Daniel Ortega.

El obispo permanece en arresto domiciliario desde el pasado mes de agosto, sin que haya dispuesto hasta ahora de asistencia letrada y sin que la Conferencia Episcopal haya podido contactar con él. Además, existe una fundada preocupación sobre su estado de salud. Rolando Álvarez es un hombre de apariencia frágil, pero de enorme coraje a la hora de defender la verdad y los derechos de su gente cuando son atropellados por un poder despótico. A pesar de sufrir acoso y amenazas en su propia catedral, mantuvo siempre su libertad de pastor, algo por lo que ahora ya está pagando. Nadie duda de que, con estas acusaciones y la sombra de una dura condena de cárcel, el régimen de Ortega pretende amedrentar a la Iglesia y a la sociedad civil.

Sería irrisoria la acusación de que ha organizado “grupos violentos con el propósito de desestabilizar al Estado”, si no fuera porque la realiza quien ya ha demostrado no tener límites para desembarazarse de los que supongan un obstáculo para su pretensión totalitaria. Como ha dicho desde el exilio otro obispo nicaragüense, Silvio Báez, “los poderes de este mundo no soportan a las personas valientes que encarnan la verdad y contagian libertad”. A estas alturas de la historia, la persecución no nos asombra. Para los seguidores de Jesús es una posibilidad siempre abierta. Eso no significa que dejemos de clamar contra la injusticia. No dejemos solos a nuestros hermanos nicaragüenses.