Madrid - Publicado el - Actualizado
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La muerte de Mohamed Mursi en una de las vistas del juicio contra él que se celebraba en El Cairo refleja la dramática encrucijada en la que se encuentra el país más poblado y más determinante de Oriente Próximo.
Mursi, líder de la formación islamista de los Hermanos Musulmanes, fue elegido presidente del país tras la primavera árabe en 2012. La expulsión de Mubarak de la presidencia, por un gran movimiento popular que tuvo como epicentro la plaza Tahir de El Cairo, dio paso a una cierta apertura democrática. Las protestas de la primavera árabe estuvieron protagonizadas en 2011 sobre todo por jóvenes y por unas clases medias que querían una apertura. Aquella sociedad civil, en la que participaban de forma conjunta cristianos y musulmanes, no tuvo la capacidad de vertebrarse. Y los Hermanos Musulmanes, mucho más organizados y con una gran penetración social se hicieron con el poder en las primeras elecciones. Los escasos meses de Gobierno de Mursi supusieron una islamización acelerada que se compadecía poco con la complejidad y la riqueza cultural y religiosa de un país como Egipto. No es de extrañar que se produjeran, de nuevo, masivas manifestaciones para alejarlo del poder. Aquello no fue, como sostiene la mayoría de la prensa occidental, un golpe de Estado. Fue una reacción del pueblo contra la islamización que impulsaba Mursi.
El ejército tomó de nuevo el control y Al Sisi se hizo con la presidencia. Al Sisi ha sido un freno al islamismo de los Hermanos Musulmanes apoyado por Qatar. Pero el mariscal no ha respondido en los últimos años a la necesidad de una transición hacia un Egipto más democrático. Al Sisi, apoyado por Arabia Saudí, ha recurrido a una represión muy dura de la que probablemente Mursi ha sido la penúltima víctima.