Madrid - Publicado el - Actualizado
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La campaña electoral francesa va de sorpresa en sorpresa. Fillon se impuso a Juppé en las primarias republicanas, y Hamon se impuso a Valls en las primarias socialistas. Ambos candidatos se enfrentaban a un escenario complejo que les obligaba a congregar el mayor número de apoyos posibles para poder llegar a la segunda vuelta con una mayoría que permitiera, a uno de los dos, imponerse a Marine Le Pen. Pero nada ha sido ni está siendo tan simple. Fillon se está enfrentando a un caso de corrupción que implica a su esposa. Marine Le Pen también ha sido denunciada por casos de corrupción, y será juzgada puesto que el Parlamento Europeo ha concedido el suplicatorio.En medio de este guirigay, el centrista Bayrou, candidato a las presidenciales en 2012, y Macron, ex ministro de economía de Hollande, han tejido una alianza social reformista que parece gozar de buen lugar en las encuestas. Es difícil prever qué suceda en Francia, pero Macron está jugando duro en su búsqueda por encontrar apoyos que le permitan distanciarse de las fuerzas tradicionales con un programa reformista que apuesta por la “sociedad del trabajo”, la modernización de la economía, y la moralización de la vida pública. Es verdad que republicanos, centristas y socialistas son una esperanza para frenar el populismo del Frente Nacional, pero ni en Francia, ni tampoco en Holanda o Alemania, la vida política se agota en la derrota del populismo. Hacen falta programas ambiciosos, reformas profundas y gobiernos inclusivos y conciliadores. Francia puede ser un buen laboratorio.