Madrid - Publicado el - Actualizado
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Corea del Norte es la gran patata caliente que ha heredado la nueva Administración norteamericana. El lanzamiento esta semana de 4 misiles balísticos que cayeron muy cerca de Japón es el segundo de este tipo con el que Pyongyang ha recibido a Donald Trump. EE.UU. ha reafirmado su compromiso de defender a sus aliados en la zona, pero el problema, una vez más, lo tiene China, que debe demostrar con hechos su voluntad de desempeñar un papel constructivo en Asia y en el mundo. La oferta de Pekín de mediar entre estadounidenses y norcoreanos suena a broma de mal gusto. Los chinos ponen como precio el sistema antimisiles que ha empezado a instalarse en Corea del Sur, y que China y Rusia ven con recelo. Pero es una protección que la Administración Trump debía ofrecer para reafirmar su compromiso con un país amigo, amenazado por un régimen tiránico que condena a su pueblo a morir de hambre y que cada día que pasa supone una amenaza mayor para todo el planeta. Es China quien ha alimentado ese monstruo. Aunque sus relaciones con Corea del Norte se han enfriado mucho desde hace unos años, sigue siendo el único sostén económico y político de una dictadura a la que jamás debería habérsele permitido fabricar armas nucleares. Ya las tiene. Pekín está ahora obligada a deshacer el desaguisado. Para lo cual hay solo una salida, nada fácil: un cambio de régimen en Pyongyang.