Críticas de los estrenos de cine del 18 de octubre
Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “Capitán Phillips”, “Una cuestión de tiempo”, “El quinto poder”, “Turbo”, “Todas las mujeres”, “Nos veremos en el infierno”, “Autobiografía de un mentiroso”, “Guerras sucias” , “La primavera” y “A ritmo de Jess”.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El inglés Paul Greengrass ha mostrado su capacidad para recrear fílmicamente trágicos sucesos reales en películas como “Bloody Sunday” o “United 93”, y sus dotes para el cine de acción trepidante en filmes como “El mito de Bourne”, “El ultimátum de Bourne” o “Green Zone: Distrito protegido”. Ahora, confirma todas esas cualidades en “Capitán Phillips”, vibrante reconstrucción del drama real del marino mercante estadounidense Richard Phillips, basada en el libro “El deber de un capitán: piratas somalíes, SEALS de la marina y días peligrosos en el mar” (“A Captain’s Duty: Somali Pirates, Navy SEALS, and Dangerous Days at Sea”), escrito por el propio Phillips y el periodista Stephan Talty. Lo ha convertido en guion Billy Ray, autor de otros dos libretos basados en hechos reales: “El espía” y “El precio de la verdad”.
La acción se desarrolla en 2009, y sigue los pasos del capitán Richard Phillips (Tom Hanks), al mando del Maersk Alabama, un inmenso carguero de pabellón estadounidense. Esta vez navega rumbo a Mombasa, por la ruta comercial del Cuerno de África, cerca de Yemen, abarrotado de contenedores, muchos de ellos con comida del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas. Casado y con dos hijos, Philips es un hombre equilibrado y meticuloso, que cuida de su barco y su tripulación, y extrema las medidas de seguridad. A pesar de ello, no puede evitar que el Maersk Alabama sea abordado por cuatro temerarios piratas somalíes, liderados por un tal Muse (Barkhard Abdi). En realidad, se trata de unos humildes y toscos pescadores que han sido obligados a hacerlo por un señor de la guerra de su país. El capitán logra dar la alarma a las autoridades internacionales, ocultar a la tripulación y gestionar con calma el rescate que solicitan los piratas. Pero la situación se le va de las manos poco antes de que llegue en su rescate la flota militar USA destacada en la zona, especialmente motivada, pues el Maersk Alabama es el primer barco estadounidense secuestrado en los últimos doscientos años.
Del sereno arranque al angustioso desenlace, Paul Greengrass confirma su dominio absoluto de la puesta en escena, el tiempo narrativo y la tensión dramática, exprimiendo al máximo un guion lleno de matices, el eléctrico montaje de su colaborador habitual Christopher Rouse y la vibrante partitura de Henry Jackman. Además, arranca unas interpretaciones excelentes a Tom Hanks —esa memorable secuencia final…— y al debutante Barkhad Abdi, que está siempre a su altura. Todo ello, sin perder en ningún momento un veraz tono hiperrealista —casi documental, a menudo cámara en mano—, una claridad narrativa sorprendente y una gran hondura dramática y moral en su descripción de los diversos conflictos interiores de los asaltados, los asaltantes y los rescatadores. En este sentido, se agradece que el filme mantenga un tono neutro respecto a la apabullante operación de rescate, permitiendo que sea el propio espectador quien juzgue su concreta legitimidad ética. Queda así una película de gran intensidad visual y humana, que merece competir por los Oscar en unos cuantos apartados, por lo menos en los correspondientes a mejor director y actor.
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Tim Lake (Domhnall Gleeson) es un joven inglés, tímido e introspectivo, que vive apabullado por la fuerte personalidad de su extrovertido padre (Bill Nighy), su creativa madre (Lindsay Duncan), su vitalista y promiscua hermana (Lydia Wilson) y su fronterizo tío (Richard Cordery), que vive con todos ellos. Cuando Tim cumple 21 años, su padre le revela que, como todos los varones de la familia, posee el don de viajar en el tiempo, pero sólo al pasado y con ciertas limitaciones, aunque sí puede revisitar y cambiar gran parte de lo que haya ocurrido en su vida. Ya instalado en Londres como abogado, Tim decide ejercitar su superpoder con el fin principal de encontrar novia y, de paso, ayudar a los demás. Pero no es tan fácil conjugar ambos objetivos. Así, conoce a la bella e insegura Mary (Rachel McAdams), que le corresponde en su inmediato enamoramiento. Pero un desafortunado viaje en el tiempo borra accidentalmente el momento en el que se conocieron.
Nacido en Nueva Zelanda en 1956, Richard Curtis se ha ganado un merecido prestigio como guionista de la popular serie televisiva “Mr. Bean” y de películas como “Cuatro bodas y un funeral”, “Notting Hill”, “El diario de Bridget Jones” o “War Horse (Caballo de batalla)”. Después de dirigir “Love Actually” y “Radio encubierta”, Curtis retorna tras la cámara en la tragicomedia “Una cuestión de tiempo”, donde confirma su gran capacidad para la dirección de actores, a los que mima a través de una puesta en escena más fresca que brillante. Se luce especialmente el joven Domhnall Gleeson —uno de los hijos del inmenso actor irlandés Brendan Gleeson—, que realiza una interpretación memorable.
Curiosamente, lo más irregular de la película es el guion, un poco confuso en sus idas y venidas en el tiempo, y con algunas groseras escenas sexuales, que rompen el tono amable del relato. Un defecto que ya lastraba sus anteriores trabajos como director, sobre todo “Love Actually”. De todas formas, “Una cuestión de tiempo” goza de una mayor hondura dramática y moral, y ofrece ciertas críticas incisivas al hedonismo desatado —sobre todo en la subtrama de la hermana de Tim—, reflexiones de interés sobre la libertad y el destino —o la providencia—, y una visión muy positiva del cariño familiar, el matrimonio, la maternidad, la paternidad y la amistad. Todo ello, sin excesivas moralinas, con una notable intensidad emocional, un chispeante sentido del humor y una buena selección de bellas baladas románticas.
Creada en 2006 por el activista informático australiano Julian Assange, la discutida WikiLeaks se presenta a sí misma como una organización mediática internacional sin ánimo de lucro —formada por disidentes, periodistas, matemáticos, científicos y tecnólogos—, que publica a través de su web informes y documentos confidenciales sobre materias de interés público, supuestamente preservando el anonimato de sus fuentes. Su objetivo principal es desvelar comportamientos ilegales e inmorales por parte de los gobiernos —sobre todo de los regímenes que consideran totalitarios—, así como de empresas e instituciones religiosas. Hasta ahora, sus actuaciones más destacadas se han centrado en la política internacional de Estados Unidos, especialmente en relación con las guerras de Irak y Afganistán. En la actualidad, su base de datos acumula cerca de un millón y medio de documentos.
“El quinto poder”, de Bill Condon (“Dioses y monstruos”, “Kinsey”, “Dreamgirls”, “La saga Crepúsculo: Amanecer 1 y 2”), describe la historia de WikiLeaks basándose en los libros “Inside WikiLeaks: My Time with Julian Assange at the World’s Most Dangerous Website”, de Daniel Domschit-Berg, y “WikiLeaks: Inside Julian Assange’s War on Secrecy”, de David Leigh y Luke Harding, ambos periodistas del diario británico “The Guardian”. La acción se centra sobre todo en las relaciones —primero de amistad y después de hostilidad— entre el visionario y caótico Julian Assange (Benedict Cumberbatch) —fundador, redactor-jefe y editor de WikiLeaks— y el pragmático y cerebral activista informático Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl), que fue delegado en Alemania y portavoz oficial de WikiLeaks hasta su dimisión en septiembre de 2010. Ese progresivo distanciamiento se debió sobre todo a su divergente valoración de las posibles consecuencias nocivas que tendría la publicación sin editar de los polémicos “Diarios de la Guerra de Afganistán” —92.000 documentos secretos sobre el conflicto armado entre los años 2004 y 2009— y de los “Registros de la Guerra de Irak”, 391.831 documentos secretos y altamente sensibles, filtrados desde El Pentágono.
La primera mitad de la película resulta un tanto farragosa por la abundancia de incidentes y términos informáticos, que acabarán cansando al no iniciado. De todas formas, en ella el meritorio guion de Josh Singer (“El ala oeste de la Casa Blanca”) logra dibujar en ella las heterogéneas personalidades de la pareja protagonista y su común objetivo de conseguir, a través de las tecnologías de última generación, una real libertad de expresión a nivel mundial, sin manipulaciones de los gobiernos ni de los medios de comunicación convencionales. Después, la segunda mitad del filme adquiere una buena velocidad de crucero, con ritmo y tono de thriller, al estilo de filmes como “Todos los hombres del presidente”, “The Paper (Detrás de la noticia)” o “La red social”. En este sentido, esta parte entrelaza con vigor el duelo entre Assange y Domscheit-Berg con la persecución que sufren ambos por parte de la CIA y el servicio secreto ruso, al tiempo que se proponen inquietantes reflexiones en torno a la posibilidad de que ese idealista guardián de la legalidad en el mundo pueda convertirse en un opresivo Gran Hermano a lo George Orwell.
Quien sepa mucho del tema detectará las insuficiencias, exageraciones y parcialidades de la película, que ha sido duramente criticada por el propio Julian Assange en una carta dirigida al actor que interpreta a su personaje, Benedict Cumberbatch, escrita en enero de 2013, pero hecha pública recientemente. En concreto, el polémico informático australiano —refugiado en la embajada de Ecuador en Londres desde junio de 2012— la califica como una “gran siesta geriátrica que sólo puede gustar al gobierno estadounidense”, que “pretende engañar al público con múltiples inexactitudes” y que “enterrará a personas honestas que hacen un trabajo honesto, justo en un momento en que el peso del Estado está cayendo sobre ellos. Ahogará la verdad sobre los acontecimientos en un momento en que la verdad es esencial”. Sea como fuere, y a pesar de sus arritmias, frenesís y zonas confusas, “El quinto poder” es una película entretenida, dirigida con fluidez, interpretada con convicción —sobre todo por Benedict Cumberbatch y Daniel Brühl— y que obliga al espectador a plantearse graves cuestiones morales en torno a las actuaciones de los gobiernos, empresas y otras instituciones, y a la real búsqueda de la verdad por parte de los medios de comunicación de masas. Unos mass-media que están cambiando radicalmente, para bien y para mal, con la imparable y globalizada irrupción de las nuevas tecnologías informáticas.
Teo es un inconformista caracol de jardín, hastiado de su penoso trabajo ecológico-agrícola y apasionado por las carreras de coches, que ve en un televisor. Su sueño es convertirse en el caracol más rápido del mundo. Tras sufrir un extraño accidente —durante el que atraviesa un depósito de nitrometano—, Teo adquiere el mágico poder de la súper-velocidad, se cambia el nombre por el de Turbo y se lanza en busca de aventuras. Primero se hace amigo de una singular pandilla de caracoles callejeros tuneados y obsesionados con la velocidad. Allí Turbo aprende que nadie triunfa por sí solo y que necesitará un buen equipo para competir en las 500 Millas de Indianápolis.
El estadounidense David Soren debuta como director de largometrajes con esta superproducción de DreamWorks Animation, a medio camino entre la actualización de la fábula de Esopo “La liebre y la tortuga”, la imitación de “Bichos” y “Cars 1 y 2”, de Pixar, y la parodia de la saga de acción “Fast & Furious”. Como siempre en DreamWorks, los diseños de personajes son sugerentes, la animación es de alta calidad, las escenas de carreras son espectaculares y la trama resulta entretenida y a ratos, divertida, con unos cuantos pasajes y temas musicales que confirman el creciente interés de Hollywood por ganarse al público hispano. Pero, también como siempre, el guion es demasiado episódico —avanza a golpe de gags cómicos— y superficial en sus perfiles dramáticos, con el agravante esta vez de que muchos pasajes resultan imitativos, previsibles y/o rutinarios. De todas formas, la película gustará al público infantil al que va destinada, y resulta positiva en su elogio idealista del afán de superación —“Ningún sueño es demasiado grande, ni ningún soñador, demasiado pequeño”— y del trabajo en equipo.
Nacho (Eduard Fernandez) es un veterinario que acaba de cometer un delito que le ha salido mal. Intentando escapar de la situación, va pidiendo ayuda a todas las mujeres que han significado algo en su vida. Ante él aparece su esposa Laura (Lucía Quintana), su amante Ona (Michelle Jenner), su madre Amparo (Petra Martínez), su psicóloga Andrea (Nathalie Poza), su ex-novia Marga (María Morales) y su cuñada Carmen (Marta Larralde). Cada una a su manera, todas le ponen delante de la realidad que él nunca está dispuesto a mirar de frente.
Mariano Barroso (“Mi hermano del alma”, “Éxtasis”, “Hormigas en la boca”, “Lo mejor de Eva”) abandona su trayectoria de cine de género con “Todas las mujeres”, síntesis fílmica de la serie televisiva homónima, que el cineasta barcelonés rodó en 2010 para TNT España. En ella, trata de acercarse al estilo de Cesc Gay, es decir, dramas de personajes, largos diálogos y circunvalaciones psicológicas en torno a la inmadurez de supuestos adultos de cuarenta años. También como en el cine de Cesc Gay, el varón sale muy mal parado respecto a la figura femenina que, aunque imperfecta, siempre hace gala de una mayor madurez. En este caso, Nacho es un hombre bastante impresentable, egoísta, mujeriego, irresponsable y patológicamente inmaduro. Pero lo que esconde es una gran carencia, un grito que pide ayuda y una gran necesidad de afecto, que probablemente su madre no le supo dar.
Algunos diálogos son brillantes, otros recuerdan demasiado a las citadas cintas de Cesc Gay (quizá también por la presencia de Eduard Fernández), y en alguna ocasión resultan o previsibles —como el peaje de la escena sexual— o inverosímiles. Pero el resultado es ciertamente interesante. Plantea con crudeza el desconcierto sentimental del hombre actual, su relativismo moral y su falta de certezas y referentes sólidos. Y lo hace con mirada crítica, subrayando el valor de la verdad frente a la mentira, y de la realidad sobre los falsos proyectos ilusorios. La película se queda corta por su final abierto, que busca que el espectador cierre la historia según sus convicciones; pero se agradece esta subida de nivel en el cine reciente de Mariano Barroso.
Suau (Raúl Prieto) es un desequilibrado psíquico que ha pasado siete años recluido por asesinato. Para reducir gastos, el hospital en el que está internado le deja en libertad, y él retorna a un pueblo de Mallorca, a casa de su padre (Valentín Paredes), al que encuentra arruinado. Ha vendido muebles y cuadros, y vive de la jubilación de su suegra. Al principio, la relación entre padre e hijo parece estable, pero el ambiente se va enrareciendo hasta que se enfrentan echándose en cara todas las equivocaciones del pasado. Al final, llegarán a un acuerdo macabro con graves consecuencias para los dos.
Tres años ha tardado en estrenarse este tercer largometraje del barcelonés Martín Garrido (“H6 Diario de un asesino”, “Mediterranean Blue”), rodado en 2010 y en el que el actor Juanito Navarro interpreta el primer papel dramático de su carrera, y el último, pues falleció el 10 de enero de 2011. Quizás este sea el único dato recordable de esta película sórdida, hiperviolenta y obscena, que padece un guion discursivo, unas interpretaciones lamentables y una pobre puesta en escena.
Dirigida por Bill Jones —hijo de Terry Jones—, Jeff Simpson (“Queens of Disco”, “Legends”) y Ben Timlett, esta singular película de animación desarrolla una especie de biografía demencial del inglés Graham Chapman, miembro del grupo cómico Monty Python (“La vida de Brian”, “El sentido de la vida”) hasta su fallecimiento el 4 de octubre de 1989, con 48 años de edad, a consecuencia de un cáncer de garganta. El guion sintetiza las memorias que el propio Chapman escribió con su novio David Sherlock, y ofrece un caótico caleidoscopio en el que realidad y ficción se superponen con la complicidad de los ex Monty Python, que se han implicado totalmente en el proyecto.
Desde su infancia a su funeral, se suceden las situaciones surrealistas, algunas —pocas— graciosas, y la mayoría patéticas, pues exaltan la promiscua homosexualidad de Graham —cayendo a menudo en lo pornográfico—, sus agresivos e irreverentes ataques al cristianismo —alguno, blasfemo— y su angustiosa búsqueda del placer, que le condujo al alcoholismo y la adicción a las drogas. Resulta especialmente irritante la insistencia de la película en elogiar y difundir el “manifiesto sexual” de Graham, que consideraba el sexo como “una simple forma de diversión barata e inofensiva entre dos o más personas, siempre que sean limpias y que el fin no sea la reproducción”.
Sin duda, lo más interesante de la película son las variopintas técnicas de animación —alguna, muy sugerente— que ofrecen los catorce estudios independientes que han participado en ella, y cuyo trabajo se mezcla con pasajes de películas y sketches televisivos de los Monty Python, y entrevistas al propio Graham y a otros de sus seis componentes. Es una pena que ese talento se haya desperdiciado en semejante historia.
El galardonado periodista estadounidense Jeremy Scahill es corresponsal de guerra para la revista “The Nation”, contertulio habitual en numerosos programas televisivos —como experto en política internacional— y autor de los ensayos “Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army” (“Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo”, Paidós, 2008) y “Dirty Wars: The World Is a Battlefield” (“Guerras sucias. El mundo como campo de batalla”, Paidós, 2013). Se estrena ahora el documental que expone las conclusiones de esa última obra, “Guerras sucias”, Premio del Jurado en el Boston Independent Film Festival 2013 y Premio a la mejor fotografía en el Festival de Sundance 2013. Coescrito, producido y narrado por el propio Scahill, ha sido dirigido por su compatriota Richard Rowley, co-fundador de la productora Big Noise Films, y autor de otros documentales polémicos, como “Zapatista”, “This Is What Democracy Looks Like”, “Black & Gold” o “The Fourth World War”.
“Guerras sucias” fue filmado entre 2010 y 2012 en Afganistán, Yemen, Somalia y Estados Unidos, y da testimonio de las investigaciones de Scahill en torno a la cuestionable política antiterrorista de Estados Unidos. Lo que empieza como un informe sobre el sangriento ataque nocturno de tropas estadounidenses en un remoto rincón de Afganistán, se convierte en una secreta y poderosa investigación global por medio mundo. Scahill se adentra así en una sórdida telaraña de guerras encubiertas y peligrosas operaciones secretas, aprobadas directamente por el presidente Barack Obama, dirigidas por su gobierno y ejecutadas por el siniestro y hasta hace poco secreto Joint Special Operations Command (JSOC), algo así como Comando de Operaciones Especiales Conjuntas, cuyos componentes son conocidos en Afganistán como “los talibanes americanos”.
Quizás a Scahill le falten matices en algunas de sus afirmaciones, enormemente críticas con la política internacional estadounidense, que considera claramente inmoral, por la propia injusticia de muchas de sus actuaciones antiterroristas —sobre todo de los denominados “asesinatos selectivos”— y por sus nocivas consecuencias, pues piensa que esa Guerra Global contra el Terror acrecienta con nuevos enemigos el propio terrorismo que dice combatir. En todo caso, su tono es expositivo y moderado, y se apoya en valiosos testimonios fílmicos —algunos escalofriantes— y jugosas entrevistas a ejecutores y víctimas de esas acciones. Todo ese material está muy bien articulado narrativamente —a medio camino entre los documentales de Michael Moore y las trepidantes ficciones del espía Jason Bourne—, goza de una creciente progresión dramática y obliga al espectador a pensar, después de haberle estrujado el corazón hasta las lágrimas. Queda así un contundente trabajo de investigación sobre los perfiles más oscuros de la primera potencia mundial.
El francés Christophe Farnarier fue director de fotografía de los arduos experimentos audiovisuales “Honor de cavallería”, del gerundés Albert Serra, y “Familystrip” y “Blow Horn”, ambos dirigidos por el productor barcelonés Luis Miñarro. En 2008, Farnarier debutó como director con “El somni”, bucólico y ecológico documental de creación, en el que seguía con su cámara las andanzas de varios pastores catalanes mientras disertaban sobre lo divino y lo humano. Ahora, repite estilo y tono en “La primavera”, su nuevo filme tras la cámara, con el que “quiere exprimir la belleza del mundo, su complejidad, su fragilidad, y llevar al espectador hacia una contemplación reflexiva”.
Carme Fajula y su familia viven en las montañas de la Sierra Cavallera (Ripollès). Las estaciones del año marcan la vida de esta familia de campesinos. Día tras día, Carme lucha por vivir y trabajar, igual que lo han hecho generaciones de mujeres antes que ella, en un mundo en armonía con los ritmos dictados por la naturaleza. Un año más, tras el crudo invierno, llega la primavera.
“Durante miles de años, la montaña ha sido refugio natural para los hombres. Aun así, la vida allí es dura, difícil, lenta y repetitiva, silenciosa y solitaria”. Este texto promocional sintetiza el tono y el único mensaje de esta nueva exposición fílmica de Farnarier, esta vez casi sin diálogos. Parece que toma como punto de referencia “El árbol de los zuecos”, la magistral película de Ermanno Olmi. Y algo de su agreste capacidad de fascinación conserva “La primavera”, sobre todo en unas cuantas panorámicas preciosas y en sus constantes sonidos naturales, limpios y expresivos. Pero el filme de Farnarier no tiene el alma, ni la poesía, ni el rico sustrato cristiano de la película de Olmi. Y se queda, por tanto, en un minoritario ejercicio de estilo, con cierto interés como testimonio etnográfico, pero árido y con escasa sustancia en su interior.
Málaga, julio de 2012. Con un equipo humano y técnico reducido al mínimo posible, y un presupuesto inexistente, el veterano director madrileño de serie B Jesús “Jess” Franco (“Labios rojos”, “La mano de un hombre muerto”, “Gritos en la noche”, “Drácula contra Frankenstein”) afronta, a sus 82 años de edad, el rodaje de “Revenge of the Alligator Ladies”, que acabará siendo su última película, pues falleció en Málaga el 2 de abril de 2013. Con sólo cuatro actores y tres técnicos en el set, debería haber prevalecido la quietud. Pero con un torbellino como Jess Franco al mando, la confusión no tarda en aparecer, lo que da lugar a un rodaje inenarrable, en el que los jóvenes miembros del equipo se ven incapaces de seguirle el ritmo.
No han mostrado a la prensa de Madrid este ¿documental? del actor, cámara y realizador Naxo Fiol, que interpreta un pequeño papel en “Revenge of the Alligator Ladies”. El propio Fiol lo presenta como “un video-diario de guerrilla” sobre “el rodaje más caótico y demencial del cine español”. Por el tráiler —por llamarlo de alguna manera—, parece un subproducto amateur, sin orden ni concierto, en el que abundan las escenas casi pornográficas (o sin casi) que deben trufar el último filme de Jess Franco. Desde luego, no anima en absoluto a ver ni su trabajo ni el del fallecido cineasta madrileño. Pues si se considera la de este último una película de serie B, el ¿documental? de Xiol parece de serie Z.