El peor momento de Urdangarin en prisión: la visita de su hijo mayor

Hace vida en un pequeño comedor-sala de estar y un minúsculo gimnasio

Un año de Urdangarín en prisión: deporte, lectura y charlas con un sacerdote

Juan Baño

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

El 18 de junio de 2018 Iñaki Urdangarin, condenado por el caso Nóos, ingresó en prisión. Estaba en libertad provisional, podía elegir cárcel y optó por la abulense de mujeres, la de Brieva. 15 meses después, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria 1 de Castilla y León ha permitido, con la oposición del Ministerio Fiscal, que el marido de la Infanta Cristina pueda salir del centro penitenciario de Ávila dos días a la semana, ocho horas cada día, para llevar a cabo una labor de voluntariado.

De sus momentos más duros en prisión cabe destacar, quizás, el día que le visitó su hijo mayor, Juan Valentín, acompañado de su madre, la Infanta Cristina. El chaval, de 19 años, salió “literalmente hundido” al ver a su padre al otro lado del cristal.

Como cualquier preso, Urdangarin dispone de una tarjeta telefónica con la que puede llamar a 10 números previamente autorizados durante la semana, por un tiempo de cinco minutos la llamada. Respecto a las comunicaciones extraordinarias en el locutorio, el interno dispone de dos a la semana de 20 minutos cada una, aunque si así lo quiere, puede juntarlas en una de 40 minutos. Hasta cuatro personas pueden visitarle en esas comunicaciones.

Ni una sola imagen ha trascendido de su día a día entre rejas. Unos 60 metros cuadrados de módulo especial en el que Iñaki Urdangarín ocupa una de las cuatro celdas (las otras están vacías), un pequeño comedor-sala de estar y un minúsculo gimnasio. Consiguió que le instalaran una bicicleta estática tras denegárselo la cárcel.

El juez se lo autorizó. A todo un deportista de élite el artilugio se le quedó pequeño y el preso accede ahora de manera controlada y, siempre solo, al polideportivo. Deporte, lectura, también escribe mucho y el cuidado de un pequeño huerto, formado básicamente por macetas, le ayudan a matar el tiempo. Ve la televisión y mantiene largas charlas con un sacerdote amigo. La fe, aseguran fuentes de COPE, le ayuda a combatir lo que él ha deseado: la soledad. Es el precio a pagar por mantener la discreción. Hasta ahora lo ha conseguido.

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