SEVILLA
Emotiva despedida de El Cid
El Cid cortó una oreja en la tarde de su despedida de Sevilla. Enrique Ponce y José María Manzanares fueron silenciados.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Fue Sevilla la que ha hecho posible que El Cid se haya mostrado de manera tan inspirada, tan convincente, tan entregado en la tarde de su adiós a la Maestranza. Luego, la declarada voluntad de ensalzar el aspecto más emotivo de su toreo determinó el resultado. Porque El Cid se dio a Sevilla y Sevilla se rindió a El Cid desde la sonora ovación momentos después de romperse el paseíllo.
El natural volvió a constituir el hilo conductor de una lidia de momentos exquisitos y refinamiento armónico con un sabio dominio en el trazo de los obligados de pecho. Además, volvió a hacerse presente esa singular capacidad de transmitir esa emoción tan imprescindible en el toreo. Emoción que llegó con un toreo a la verónica verdaderamente brillante e irresistible encanto. Un toreo puro, cadencioso y a compás con el que templó las primeras embestidas del noble segundo toro de Victoriano del Río.
Fue una faena que se vio con agrado. Quizá no llegó a explotar del todo, pero sí mostró el sevillano una eficaz manera de hacer valer su toreo. Con el natural, tan hondo con de esmerado trazo, superó con suficiencia lo dicho con la diestra, dándole sentido emocional a una lidia de enorme intensidad. En suma, una obra estimable que habría salido ganando con una espada más acertada en su diana.
Pero he aquí que en su última obra en la Maestranza brotó la sensibilidad de Sevilla. El cariño de una gente ante la entrega en la lidia y, sobre todo, ante la capacidad para hacer y decir una tauromaquia en terreno propicio para ser entendida.
Manuel, encontró el álter ego en el improvisado prólogo, amenizado por la música del pasodoble a él dedicado, de la faena a quinto. Otro buen toro de escaso fondo y almibarada nobleza. Hubo momentos en los que recordó emotivas tardes en esta plaza. Detalles, en el que quizá el más pequeño acabó por ser el más grande. Así surgió atisbos de un toreo sentido, elegante y emotivo. La estocada, más certera, que la del toro anterior, sumó para la concesión de esa oreja que, a modo de reconocimiento, paseó orgulloso por el ruedo de su plaza.
Al final las cuadrillas lo pasearon a hombros y todos le acompañaron en su salida por la puerta de cuadrillas.
La tarde tuvo poco más. Porque la nobleza y la calidad de unas embestidas tan sosas como anodinas no casan con la falta de pujanza motivada por la nula fuerza de los bien presentados toros de Victoriano del Río.
Y ante esto, Ponce aburrió como nunca se le vio en esta plaza. Conocido es la falta de sentido de la medida en sus respectivas faenas. Hoy, más pesado que nunca, parecía ir a lo suyo en la lidia del cuarto mientras la plaza iba también a lo suyo desentendiéndose de lo que pasaba en el ruedo. Y esto es impropio de una figura del toreo con la experiencia y capacidad del diestro valenciano. Desistió cuando la gente cansada le protestó tan absurdo proceder. Tampoco con el noble y parado primero hay detalles que destacar. En ambos fue silenciado.
Manzanares no tuvo su tarde. Con el noble y buen tercero, marcado con el hierro de Toros de Cortés, se desenvolvió con su natural empaque, pero sin llegar a convencer. Su habitual toreo hacia afuera lo mostró con rotundidad. Sólo un notable cambio de mano cabe destacar de una faena muy desigual. Con el soso y flojo sexto, lo poco bueno que hizo le faltó continuidad.
Sevilla, sábado 28 de septiembre de 2019. 2ª de Feria. Lleno.
Cuatro toros de
y dos de
(3º y 5º), bien presentados, nobles, flojos y soso. Noble y parado el primero; con calidad en sus embestidas y escaso fondo el segundo; noble y con clase en las acometidas el tercero; con muy poco fuerza el cuarto; Muy noble el quinto; soso y flojo el sexto.
Enrique Ponce, silencio y silencio
Manuel Jesús El Cid, ovación con petición y oreja.
José María Manzanares, silencio y silencio.