FERIA DE ABRIL

Morante, en clave sevillana y Roca Rey, en la hora de su verdad

Dos orejas ha cortado Roca Rey y una Morante a nobles y flojos toros de Núñez del Cuvillo. Juan Ortega fue silenciado.

Derechazo de Morante al cuarto toro de Cuvillo, al que cortó una oreja

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Dentro de una concepción no habitual, espléndido el inicio de faena, se limitó a decir el toreo con talento y delectación. Lo que hace casi un siglo era moneda corriente, hoy lo ha convertido en excepcional. Un toreo aderezado de detalles sublimes que cubren un clamoroso hueco en la tauromaquia actual. Un toreo que invitó a redundar en la belleza de lo efímero y en el que aleteó la sensación que condicionó el comportamiento emocional de quien lo vio y lo sintió.

Y es que Morante volvió a mostrar su portentoso talento con el cuarto de Núñez del Cuvillo, un toro de noble embestida que se afligió a mitad de faena y huyó en busca de las tablas de chiqueros. Todo empezó con un ramillete de verónicas que se movieron al compás del sentimiento. Sensaciones únicas. Latidos, suspiros, ecos de un arte que eleva lo efímero a la emoción de lo sublime.

Después, expresó su tauromaquia libre, generosa, sentida, bella y emotiva con la que se perdió con morosidad en los meandros del tiempo deteniéndolo. Y como todo en él es natural, elegante, tan carente de excesos como de inhibición, todo lo que hizo lo revistió de suprema grandeza. Increíble esa mano izquierda del torero cigarrero que ralentizó la embestida y engarzó naturales de auténtica excelencia. Esa mano que impresiona por ese lento recorrido del trazo. O esa naturalidad que se trasformó en impecable torería. Todo hecho a mayor gloria de una brillante lidia con la que dejó constancia de la sensibilidad de su toreo.

Sorprendente el prólogo del trasteo al más puro estilo pepeluisista citando con la muleta plegada en la izquierda y la montera en la punta de los pies. Con el natural puso de relieve su sentido del temple, la pureza del trazo, la inspirada ligazón. Mostrando bien a las claras el creciente influjo del toreo del más puro estilo sevillano. Morante representó ese arte abierto, lleno de fragmentos gallistas, belmontistas y del ya citado Pepe Luis, para alcanzar la ansiada perfección. Esa forma de torear alcanzó resultados superlativos, generando una satisfacción que, unida a la belleza perfecta, ocasionó en la gente una emoción adictiva que se incrementó a la hora de finiquitar. Con un valor natural, dándole todas las ventajas al toro en su querencia, hundió todo el acero para subrayar el clímax de la emoción

Con el primero, un toro noble con las fuerzas justas hasta que se paró, sólo pudo mostrar detalles de su diferencial toreo en los inicios de la lidia. Mató mal.

Se le reconoce por su quietud. Por su tauromaquia generada en el valor. Por su complicidad con el público y su manifiesta forma de hacer y decir el toreo. Lo fundamental quedó en una lidia de pasajes emotivos al mejor toro de la tarde, el tercero. Notable grandeza en los ajustadísimos cambios de manos. En el natural equiparable a los fenomenales y lentísimos pases de pecho. A los sentidos y embraguetados muletazos diestros que caracterizaron una forma de torear, donde el valor juega el papel más determinante. El toreo de Roca Rey escondió una profundidad poco vista en anteriores ocasiones. Fueron muletazos de una templanza y suavidad, desconocida antes, en el toreo del diestro peruano. Y unas bernardinas que provocaron la locura. Media estocada fue suficiente para acabar la lidia. Los pañuelos tiñeron la plaza de blanco. El presidente no aguantó la presión y por dos veces asomó al balcón su pañuelo. Craso error.

Andrés Roca Rey durante su actuación este viernes en la Real Maestranza

Andrés Roca Rey durante su actuación este viernes en la Real Maestranza

Error que supo subsanar tras la lidia del sexto, un manso parado, con el que Roca Rey se la jugó con ambición y sin posibilidades de hacer faena. Faena que nunca existió, y sí grandes muestras de valor. Tras la estocada le pidieron la oreja, Fernando Fernández Figueroa, con buen criterio, no se la concedió.

Si hay alguien capaz de echarle un pulso a Morante, y aguantar la elevada emoción que desprende el toreo a la verónica, es Juan Ortega, que también con la cadencia de su capote ha sabido encontrar el soporte idóneo para transformar el bello lance en emotividad y escenificarlo con una lentitud pasmosa. Lo hizo con el quinto. Y fue lo único, porque al concepto del diestro sevillano no le valen toros noblones, parados y mansos. Todo lo que le hizo, con derecha e izquierda, fue un ballet de pases con su características naturalidad y despaciosidad, pero sin una pizca de emoción. Tampoco tuvo lucimiento con el segundo, un toro bravo en el caballo que se quedó sin fondo en los primeros compases de la faena. Unas chicuelinas ajustadas de bello trazo fue lo más destacable de una lidia que quedó en nada. A ambos toros los mandó al desolladero de estocada.

Sevilla, viernes 6 de mayo de 2022. 12ª de abono. Lleno de 'No hay billetes'.

Toros de Núñez del Cuvillo, el segundo lidiado como sobrero, bien de presentados, nobles y justos de fuerza. Noble y sin motor el primero; sin fondo el segundo; bravo el tercero; noble y rajado el cuarto; muy flojo el quinto; manso y parados el sexto.

Morante de la Puebla, silencio tras aviso y oreja.

Juan Ortega, silencio y silencio.

Roca Rey, dos orejas y dos vueltas orejas tras fuerte petición.

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