SECCIÓN PSICÓPATAS

Alexander Pichushkin 'el ajedrecista asesino'

Mataba con saña y utilizaba martillos, palos o botellas para destrozar sus cráneos. Tras los crímenes, llegaba a casa, sacaba su ajedrez y tapaba una de las casillas con monedas.

Alexander Pichushkin 'el ajedrecista asesino'

Redacción COPE Almería

Almería - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

La sección Psicópatas, de Diego Martínez en Herrera en COPE, ha tratado hoy la historia de Alexander Pichushkin. Nacido el 9 de abril de 1974 en Moscú está considerado uno de los asesinos más sangrientos de la historia de Rusia. Durante 14 años sus crímenes estuvieron sin resolver generando el pánico entre los ciudadanos. Mataba con saña y utilizaba martillos, palos o botellas para destrozar sus cráneos. Tras los crímenes, llegaba a casa, sacaba su tablero de ajedrez y tapaba una de las casillas con una moneda. Quería cubrirlos todos. Ese era el objetivo del apodado como ‘el ajedrecista asesino’.

Alexander Pichushkin vivió una infancia de soledad y conflictos. Su padre alcohólico lo abandonó en sus primeros años de vida quedando al cuidado de su madre. La carencia de figura paterna le hizo establecer un vínculo afectivo muy especial con su abuelo, con el que pasaba largas horas jugando al ajedrez. Era un joven poco sociable y si a eso unimos los daños cerebrales que sufrió a raíz de una caída de un columpio cuando solo tenía 4 años, le provocó varios episodios de violencia con los demás niños de su entorno.

DEPRESIÓN Y PRIMER ASESINATO

En la adolescencia seguia a la figura de Andrei Chikatilo, el famoso carnicero de Rostov. Tras la muerte de su abuelo cae en depresión. Poco tiempo después conoce a Olga Maksheeva, una adolescente de 17 años que vivía en su barrio. Ella deja de llamarlo tras varios encuentros y se pone a salir con otro chico de su clase. Aquello enfadó mucho a Pichushkin, al que le pasó por la cabeza llegar a matar.

En 1992, con solo 18 años decide acabar con la vida del joven que ocupaba el corazón de la que había sido su primer amor. Fue a ver a Sergei a su casa, tuvieron una discusión y lo tiró por una ventana. Entonces creyeron que había sido un suicidio. Años después el psicópata Pichushkin cuando confesó sus crimenes recordó ese momento. “Matar a Serguei fue como el primer amor, inolvidable”.

La muerte de su perro lo llevó de nuevo a caer en depresión, a refugiarse en el alcohol y a desencadenar en él tendencias homicidas. Durante el día, Pichushkin llevaba una vida de lo más rutinaria. Trabajaba como reponedor en un supermercado, seguía jugando al ajedrez y, a veces, terminaba su jornada paseando por Bittsevsky. Llegada la noche, aquellos paseos por el parque se tornaban en salvajes crímenes.

Durante varios años, la población moscovita vivió aterrorizada porque un asesino en serie mataba de forma indiscriminada. En 2001, por ejemplo,once personas fueron asesinadas brutalmente y abandonadas en las alcantarillas de la ciudad. Seis de ellas en tan solo un mes. Aquellos primeros asesinatos de Alexander evidenciaban su ansia por matar y su falta de control. A esto hay que añadir la satisfacción que le producía saber que la Policía no lograba poner freno a esa escala de violencia.

DE LUTO POR SU PERRO

Estoy de luto por mi perro”. Esa era la excusa que Alexander Pichushkin utilizaba para acercarse a sus víctimas y ganar su confianza. Lo hacía después de merodear durante varias horas por el parque Bittsevsky, al sur de Moscú, hasta localizar a la persona que consideraba la idónea. Normalmente elegía a indigentes que pernoctaban en la zona y se apiadaban de su triste historia. Nada les hacía sospechar que tras esa apariencia de hombre educado se escondía una mente macabra.

Golpeaba con tal contundencia a sus víctimas que llegaba a incrustarles parte del objeto que utilizaba en la cabeza. De ahí su famosa frase: “Me gusta el sonido de un cráneo partiéndose”. Tras los innumerables golpes realizados con un martillo, con una tubería y hasta con una botella de vodka, el homicida arrastraba los cuerpos hasta el alcantarillado. Allí abandonaba los cadáveres hasta que alguien los descubría. “Me agradaba ver la agonía de las personas”, afirmó ante el tribunal. Alexander jamás negó que disfrutaba matando cruelmente a sus víctimas.

Si en 1992 Alexander mató a Sergei porque comenzó a salir con su exnovia Olga, en 2002, el cuerpo de la joven fue encontrado en un parque. No fue la única persona de su círculo más cercano que terminó siendo asesinada. La última, Marina Moskaleva, una compañera de trabajo que jamás regresó a casa. Tras desaparecer el 14 de junio de 2006, su hijo dio la voz de alarma. Su madre le había dejado una nota al lado del contestador diciéndole con quién salía aquella noche. El nombre en cuestión: Alexander Pichushkin. Y junto a él, el teléfono de contacto.

DETENCIÓN SIN RESISTENCIA

Cuando los agentes acudieron al domicilio del asesino dos días después, este no opuso resistencia alguna. Tumbado en la cama, dijo: “¿La Policía? Debe ser para mí. Dejen que me vista. Durante el registro de la vivienda, la Policía encontró un martillo con manchas de sangre y un tablero de ajedrez. Sobre él no había figura alguna sino monedas. Un total de 61 pegadas en cada casillero y cada una representando, según él, cada asesinato cometido. Faltaban tres por rellenar. Se juzgó por 48 muertes.

No fue fácil contener a los familiares de sus víctimas en el juicio. Relató al juez que “una vida sin homicidios para mí es como una vida sin alimentos para ustedes; salvaron la vida de muchas personas al atraparme, porque nunca me habría detenido, nunca”. Lo que mas le gustaba era “el sonido de un cráneo partiéndose”. El 24 de octubre de 2007 el jurado lo declaró culpable de 48 asesinatos y tres tentativas de asesinato. Por ello, el tribunal lo condenó a cadena perpetua y no a la pena capital.

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