ALMERÍA
Bernabé Cabard y Pedro Miquelón ‘El Barbero de la muerte y el Pastelero de la carne humana’
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La sección Psicópatas de Diego Martínez en Herrera en COPE trata hoy de Bernabé Cabard y Pedro Miquelon, conocidos como el Barbero de la muerte y el pastelero de la carne humana. Nos situamos en 1415 en París. Cabard de profesión barbero asesinaba a sus victimas degollándolos, después abría una trampilla en el suelo que dejaba caer los cadáveres a una cueva que estaba debajo de su negocio y de una pastelería donde Miquelon, un cocinero recogía los cuerpos y con la carne elaboraba empanadas, pastel de carne humana y embutidos que vendía a sus clientes.
Bernabé Cabard, el dueño de la barbería y Pierre Miquelon, pastelero de renombre, tenían sus tiendas contiguas en el monte Saint-Hilaire. Enfrente había una cerrajería que regentaba Gomire, padre de ocho hijos y que tenia problemas para poder alimentar. Una tarde observó a un joven que entraba en la tienda del barbero. Le impresionó por su apostura, la elegancia y lujo de sus ropas, y pensó que sería muy buena idea esperar a que saliera para explicarle su situación y pedirle algo de limosna para sus hijos, así que no quitó un instante los ojos de la puerta.
El joven había entrado a las seis de la tarde pero tres horas después no había salido aún. Al día siguiente, y tras denunciar la desaparición del joven uno de sus hermanos, Gomire contó lo que había sucedido con el joven. Se presentaron en la tienda de Cabard los jueces de la Tournelle y el Preboste de París.
Encontraron en la bodega de la tienda una trampilla contigua a la pastelería y en un muro intermedio, el cadáver colgado del desventurado joven junto a otros nueve cuerpos que suministraban la carne necesaria para los pasteles y patés de Chez Miquelon.
Los dos dueños fueron apresados, y tras demostrarse que aquel horrendo comercio había durado cinco años en los que habían caído degollados por la navaja del barbero ciento cuarenta y tres hombres, tanto Cabard como Miquelon fueron torturados en la Plaza de Grève y colgados delante del pueblo, que lo recibió con vítores y aplausos.