La historia de generosidad de Gonzalo Crespo, el agricultor que descubrió la valiosa leona íbera en su olivar
No dudó en alertar de su hallazgo: “No puedo describir la sensación de ver una cosa tan grande en medio de los olivos. Te quedas que no sabes si estás soñando o estás durmiendo”
Córdoba - Publicado el - Actualizado
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Unas manos hace muchas culturas - ¿Siglo IV antes de Cristo? - esculpieron con delicadeza y precisión la figura de una leona en el momento de cazar lo que parece un cordero. El resultado fue una obra maestra de arte -presumiblemente- íbero de 166 kilos de piedra caliza. Una pieza que ha permanecido siglos sepultada hasta que el pasado miércoles un agricultor llamado Gonzalo Crespo vinculara su nombre al de la historia de la arqueología en Córdoba… y puede que en toda España.
Crespo explica con naturalidad lo sucedido en su finca de Cañablanquilla de San Sebastián de los Ballesteros. La leona apareció mientras pasaba con el tractor por la calle del medio del olivar para hacer un surco. Una labor que se lleva a cabo para que la poca agua que llueve se retenga y requiere de un áspero que profundiza más que lo demás, por lo que “hemos tenido la suerte de que la pieza haya salido entera y nos haya dado la sorpresa que nos ha dado a todo el mundo”.
Tal vez lo más especial de este descubrimiento sea que la figura haya permanecido oculta a pesar de sus dimensiones tantos siglos. Crespo asegura que la labor que llevó a cabo el miércoles “no se ha hecho antes a esa profundidad ahí, porque ese áspero entra como 50 o 60 centímetros en la tierra y eso no es habitual. Ha llovido no hace mucho y eso hace que se profundice un poco más”. La suerte eso sí, fue “que ese apero lleva un rejón muy estrecho y estaría de pie y se ha enganchado. Se ha hecho un poco de daño, pero se podría haber hecho mil pedazos. Hemos tenido la suerte de que ha salido casi entera”.
Crespo puede haber sido la primera persona en dos milenios en ver los ojos de esa leona íbera. No es capaz de explicar lo que sintió: “Fue indescriptible. No puedo describir la sensación de ver una cosa tan grande en medio de los olivos. Te quedas que no sabes si estás soñando o estás durmiendo. Es impresionante”.
Y, claro, el agricultor pudo haber sucumbido a los encantos de la fiera. Tuvo la opción, en la soledad de su terreno, de encarcelar a la leona o de guardarla hasta encontrar un comprador en el mercado negro. Habría sacado, seguro, una buena tajada. Pero Gonzalo Crespo no es así por fortuna para sus paisanos: “tuve la suerte de que hubo alguien que me enseñó a hacer las cosas así desde pequeño. Con 62 años lo voy manteniendo. Hay que hacer las cosas… así. Yo soy así”. Así que llamó con prontitud a un cabo de la Guardia Civil y éste alertó a técnicos y expertos del Seprona que “vieron desde el primer momento que era algo impresionante”.
El agricultor bromea diciendo que tenía claro el hueco en su casa donde podía haber colocado a la leona (“no sé si mi mujer me va a poner de comer hoy”) antes de recalcar que “desde un principio lo tuve claro: Era algo que había aparecido y que tenía que estar en un lugar para que todos los disfrutemos”. Con todo, también conoce que “hay recogida alguna disposición por la que puedo recibir algún premio”.
La Junta estudiará ahora con carácter urgente el olivar de Gonzalo Crespo por si en él se encierran más tesoros y secretos de nuestro pasado. Él no quiere ni imaginarlo: “Todavía no me lo creo. Voy a pensar que alguien de aquella época la llevaba de un sitio a otro y se le cayó del burro ahí. No quiero imaginar que haya un asentamiento íbero ahí, pero parece que pueda haberlo”. De existir, su generosidad le habrá hecho un hueco para siempre en la historia de la arqueología en España. Y en ese poblado todavía ignoto que puede haber descubierto para la eternidad.
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