"La felicidad siempre estuvo ahí"

por Rafael Benítez

Rafael Benítez

Publicado el - Actualizado

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Hay una norma no escrita que afirma que no se debe atribuir a la maldad lo que se explica por simple estupidez. El problema es que, en el mundo real, fuera de entelequias, la frontera no está tan clara y puede que estupidez y ciertas dosis de maldad bienintencionada, perdonen el aparente contrasentido, se confabulen para crear el peor de los escenarios posibles. Así hemos llegado a sustituir la ética por la voluntad.

Por eso, si la voluntad es que alguien desea acabar con su vida, ¿quién puede o debe impedírselo? Pero, bueno, la eutanasia no es eso, dicen, es acabar tu vida dignamente… y con esa palabra ya hacemos aceptable lo inaceptable. Llamémosla también “derecho”, tenemos derecho a la vida y derecho a la muerte, sin aparente contradicción ya que, de paso, hemos abolido la lógica. En nombre de la dignidad, la libertad y, por supuesto, la voluntad, nada ni nadie debe impedir que quien lo desee acabe con su vida. Lo siguiente es que para que suceda necesita de un tercero que tendrá que intervenir, al menos para facilitar los medios del suicidio. Y ahí interviene el estado. Porque se trata de obligar a la sanidad pública más allá de curar y aliviar el sufrimiento, también a acabar con la vida del enfermo que lo pida, yendo contra siglos de ética médica por la vía del capricho del gobernante.

El debate está viciado porque no se hace al nivel de los fundamentos éticos y antropológicos, sino al nivel populista en que se debate todo últimamente. Ahí gana la consigna, la frase hecha, el razonamiento absurdo, la voluntad y el discurso hueco. Se ponen comparaciones sinsentido, se alude a situaciones hipotéticas, se eluden razonamientos basados en principios. Siglos de filosofía y ética que han humanizado la sociedad se van por el sumidero entre el aplauso de los partidarios e incondicionales que aplaudirían igualmente si el gobernante, su gobernante, propusiera la eutanasia como obligatoria.

Mientras, los comités de bioética y otra mucha gente, siguen insistiendo en lo de los cuidados paliativos, en aliviar el sufrimiento y en vivir esos momentos tan difíciles con humanidad, sería lo razonable, lo realmente digno. Hemos aceptado que el sufrimiento hace la vida indigna y, siendo indeseable, no es eso. Creo que se puede decir, todavía, que cuando hemos pasado por etapas de sufrimiento, eso nos ha hecho madurar, nos ha humanizado incluso, pero para ello hay que tener algunos principios y algo tan extraño de mencionar hoy día como la entereza. Ciertamente hay un límite a partir del cual es destructivo, pero hoy tenemos muchos medios para evitar llegar a ese límite, usemos esos medios y dejemos que pase lo inevitable cuando tenga que pasar.

Esta semana murió David Gistau, por la reacción de sus amigos, el tipo sabía hacer amistades, aparte de ser un agudo intelectual, aunque esto hoy no suena muy bien. He leído y escuchado diversas y sentidas elegías. Me sorprendió especialmente la de Pérez Reverte que, en su despedida, revela que Gistau le dijo recientemente: “’Yo sí quiero hacerlo bien’. [Él quería] …seguir la huella del padre, pero con pasos acertados esta vez: una familia unida, hijos bien criados, paz de hogar, libros, cultura, vida. (…) Quería ser cabeza de familia a la antigua, clásico, ejemplar. Que sus hijos nunca tuvieran clavada en el corazón la astilla del padre perdido y el hogar destruido, sino todo lo contrario.” Porque la familia de David se separó y el padre murió siendo el muy joven. No se me ocurre mejor elogio de la familia viniendo además de alguien con una visión tan profunda de la realidad y glosado por alguien tan ácido con todo lo que pueda oler a tópico como Pérez Reverte.

Igual la dignidad y la felicidad posible están donde siempre, escondidas de los tópicos a plena luz. Es triste que David no pudiera llevar al final su buen propósito, pero sabía dónde estaba lo que siempre había buscado. Descanse en paz.

Herrera en COPE

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