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En muchos países del mundo se celebró ayer el Día de la Madre. Una festividad en honor de una mujer que lo tiene de sobra merecido.
“En el universo hay muchas maravillas, pero la obra maestra de la creación es el corazón de una madre”.
“ El corazón de una madre es el único capital que nunca quiebra y con el cual puedes contar siempre, en todo tiempo y con toda seguridad”.
“Las madres siempre 'perdonan. Los brazos de una madre siempre están abiertos, esperando a su hijo...”
Para confirmar estas frases puedo aportar dos vivencias personales. La primera, del día que fui a la prisión de Huelva, siendo alcalde, y me encontré a una señora, amiga del barrio del Torrejón
¿Qué haces aquí, Manuela? -le pregunté-.Ella me contestó: ”Esperando el turno para ver y hablar con mi hijo que está ingresado...”
Manuela, de unos sesenta años, estaba muy triste, sentada en el banco de entrada, vestida de negro y con un pañuelo en la cabeza.
¿Qué le ha pasado a tu hijo...?. “No sé, “arcarde”, pero estoy segura de que mi hijo no ha hecho “ná”. Mi hijo es “mu” bueno...”. Quieres un testimonio más claro sobre el amor de la madre.
Mi amiga Manuela, rota por el dolor, seguía teniendo confianza en su hijo, cuando todos los demás la habían perdido. Por eso me decía: “Arcarde, mi hijo no ha hecho ná...”
La segunda vivencia es con mi madre. Doña Trini, como la llamaban algunas amigas y clientes de su estudio fotográfico, en la calle Concepción, donde estuvo trabajando hasta los 85 años y, según ella, haciendo las mejores fotos de carnet...
Mi madre estaba muy orgullosa de que su hijo fuera alcalde de Huelva, y no podía ocultarlo. Se lo transmitía a todo el mundo.
Era mi mayor fans. Estaba al corriente de lo que pasaba en la ciudad. Por la noche, me contaba la opinión de la gente y me daba consejos. “Mamá eres más política que yo...” -le decía -. Se reía a carcajadas.
Mi madre dejó de trabajar a los 85 años, pero no pudo disfrutar de su “jubilación” porque se puso muy enferma, de un día para otro, y tuvo que ingresar en el hospital.
Una mañana, que estaba tranquila, me eché en su cama para disfrutar con ella de sus últimos momentos.
Mi madre me sonrió, me cogió la cara, y exclamó: ¡Hijo, qué guapo eres!. Me echó el piropo que únicamente me podía decir una madre.
Fueron casi sus últimas palabras, por la tarde entró en coma y 24 horas después nos dejó para irse, con mi padre, a las marismas eterna.
Después de contar la historia de Manuela (cárcel) y de mi madre (hospital), se me ocurre recordar una verdad como una catedral:
“Madre no hay más que una, y, entre las madres, mejor que tú...¡Ninguna!. “BUENOS DÍAS”