"Llena de vida y de luz"

por Pedro Rodríguez

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Pedro Rodríguez González

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Ayer, asistimos a la misa celebrada por Ana Vives, quien cerró los ojos definitivamente el pasado 23 de abril, Día Internacional del Libro, a los 47 años.

La coincidencia en las fechas parece una metáfora elegida por una excelente escritora dedicada al periodismo, la literatura con prisa.

Cuando, hace doce años, le diagnosticaron el cancer de mama, marchó a Navarra, su tierra natal, para volver en cuanto se pudo recuperar.

Pero, desgraciadamente, el “bicho” no la dejó tranquila nunca, y, en su larga enfermedad, ha tenido que transitar, unas veces, por mesetas, otras, por picos altos, siempre con entereza y, hasta, con épica.

Ana, era una mujer grande, al cumplir a rajatabla los duros tratamientos, por su carácter y disciplina y, sobre todo, por sus ganas de vivir..

La vida es bella, incluso cuando es fea”, le comentaba a la persona encargada de cubrir su cabeza, cuando la “quimioterapia” arrasaba con su pelo. ¿Cómo era Ana? -le pregunto-: “La persona más buena que he conocido...”

Ana, era consciente de estar “jugando los minutos de descuento del partido de su vida”, pero no quería abandonar el terreno de juego (la calle) hasta escuchar el pitido final, desde el cielo.

Por ello, Ana había quedado a tomar café con sus amigas y su hermana, como era habitual, sin poderse imaginar que en la puerta del Tenis se iba a encontrar con su mejor amigo: Jesús.

“BUENA, BUENA, BUENA...!

El partido había terminado. Desde una calle de Huelva, a la que tanto quería, se marchó directamente a las marismas eternas.

Aquí deja a sus amigas y amigos, su figura frágil, con ojos grandes y grises y su fuerte personalidad.

También quedan sus brillantes artículos en la hemeroteca del periódico de su vida, donde practicó todas las disciplinas del hermoso oficio del periodismo, con igual categoría, hasta llegar a la cima, como la primera directora del Diario Huelva Información.

El periodico ha sido su escuela de vida. Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos, y Ana lo era.

Las malas personas no pueden ser buenos periodistas y Ana era excelente: sabía escuchar, comprender a la gente: sus intereses, sus intenciones, dificultades, problemas y necesidades.

Por ser así: “¡buena, buena y buena!”, la Iglesia estaba llena. Al final de la misa, Paquita, una de sus once hermanos, subió al altar para dar las gracias y, profundamente emocionada, manifestar:

“Ana, era la mejor hermana, la mejor hija, amiga de sus amigas, fiel compañera de sus compañeros. Era un ser de luz y, desde el cielo, seguirá iluminando la vida de todos". ¡BUENOS DÍAS!.

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