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Durante mis años en la sierra de Huelva, me movía entre pueblos con frecuencia. Solía decir que “hacía más kilómetros que un viajante” y en esos trayectos frecuentes muchas veces recogía a jóvenes que iban de pueblo a pueblo en autostop, eran conocidos y me hacían compañía mientras conseguían llegar a donde querían. Les extrañaba que siempre la música del coche fuera música tranquila, lo que llamarían “relajante”. Yo intentaba explicarles que, a veces, el estrés y los problemas te sumen en un estado de ánimo alterado y que esa música conseguía serenarme lo suficiente durante el trayecto para llegar más descansado anímicamente al otro lugar.
Sigo haciendo lo mismo, acabo de leer noticias, comentarios y opiniones de tirios y troyanos y la tentación de la indignación con unos y con otros me aborda. Y eso sería una victoria del diablo. Sí, sería ponerme al servicio de alguien que quiere que el odio y la indignación, contra lo que sea, contra quién sea, se instale en mí. Y me niego.
Luego llega el intento de razonamiento, de abordar razonablemente la realidad, con lo que aparecen nuevos problemas. Me gustaría ser neutral, no dar razón a ninguno porque ninguno la tiene por completo. Pero tengo mis sesgos e intento controlarlos. No quiero parecer esto o lo contrario, así que busco un lenguaje equidistante. Y empiezo a sentir asco de querer quedarme en las apariencias, la tibieza y ese buenismo que se lleva. “Vuelve a lo objetivo e intenta a razonar”, me digo.
Las noticias: que dice nuestro presidente que hay que llegar a “una nueva era que supere el fracaso del neoliberalismo”. Uno se pregunta fracaso… ¿comparado con qué? Y si esa nueva era va a consistir en las “soluciones” que supusieron un verdadero fracaso en el pasado reciente. Por cierto, la pobreza en el mundo empezó a descender mucho más rápidamente a partir de 1990, adivinen qué pasó en ese año con repercusión mundial.
Muchos de nuestros sesgos cognitivos, nuestros estereotipos y clichés sobre cómo funcionan las cosas corresponden más a ideología y prejuicios que a datos contrastados. Lo que no quiere decir que todo vaya bien o no se pueda mejorar, pero no con remedios que ya se demostraron dañinos suficientemente, ni con análisis erróneos, por supuesto.
Alguien que se está leyendo a R. Scruton comparte esta afirmación suya: “Se ha malgastado demasiada tinta conservadora (entre otras, la mía) refutando unas ideas que sólo pueden creer aquellos que son incapaces de percibir realidades y a los que, por tanto, jamás persuadirá un razonamiento”. Oh, vaya, el sesgo de confirmación en pleno funcionamiento y, además, proviniendo de un insigne pensador, difícil lo tengo para escapar. Resulta que no soy el primero ni el único que se da cuenta de esa “alergia a la realidad” que impide el razonamiento con determinados individuos y corrientes de pensamiento.
Qué dicen los de A que los de B incitan al odio, así que los de A proponen que se impida la expresión de los de B y organizan manifestaciones y bloqueos a cualquier expresión de opiniones que no sea de A, aunque sea de los de C o D. Lo más parecido a la intolerancia más cerril, pero en nombre del bien y la tolerancia que parece que las intenciones lo justifican todo. De nuevo la realidad, la libertad y la razón salen perdiendo frente a la ideología y el pensamiento emocional. Y pongo música, Will Ackerman, “The Impending Death of Virgin Spirit