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Fue antes de Navidad cuando él me llamó por teléfono para comentar el BD: “¡Qué casualidad, Pedro!, hoy escribes de lo mismo que yo estuve pensando ayer. Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Es curioso que, a pesar de mi edad, me identifique tanto con las cosas que escribes. Pareces mi “alter ego”, mi otro yo...”.
La conversación era con un señor de cien años, pero con mentalidad y espíritu de sesenta. Una persona excepcional.
Es imposible, a mi por lo menos no me va a dar tiempo, encontrar un hombre así. Tan vital a su edad. Parecía inmortal.
Mi tío Joaquin me daba lecciones de fe, optimismo y esperanza. Era una persona bondadosa y lúcida, sin nervios ni hiel.
Era el último que quedaba vivo de los Alfaro. Una familia de ocho hermanos, entre los que se encontraba mi padre, Adolfo Rodriguez Alfaro.
Hace unos días me enviaron una foto familiar donde están los hermanos con sus parejas, y al verla me salió un ¡ay! profundo, pues ya todos están en las marismas del cielo, menos el tío Joaquin.
En ese momento, no se me podía pasar por la cabeza que, en pocos días, éste se iba a reencontrar con sus hermanos en el cielo, después de vivir una vida feliz, a pesar de las adversidades
Esta mañana su cuerpo recibe sepultura en Badajoz. Si no fuera por ello, a estas horas, estaría leyendo el BD que diariamente le enviaba: ¡No dejes de mandármelo todos los días! -me lo exigía-.
Por eso, hoy también se lo envío y dedicado a él. No creas que es fácil hacerlo. Estoy escribiendo al mismo tiempo que las lagrimas golpean los cristales de mis gafas, cada vez más empañadas.
Querido Tio Joaquin, para mi y para Carmen tú no has muerto. Te hemos querido y te vamos a seguir queriendo.
Nos sentimos muy triste por haberte ido sin poder quedar, en la fecha, para vernos, como tantas veces hablamos.
Con cien años, eras un caso excepcional -como tú mismo decías-. A ti te gustaba la vida y a la vida le gustabas tú. ¡BUENAS TARDES!