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Esta mañana no sabia de que escribir y me he dedicado a mirar, una y otra vez, las fotografías que “decoran” las puertas del armario- trastero de mi despacho, esperando la llegada de una idea.
Sin imaginarme que la inspiración iba a estar en las fotos que evocan la identidad y memoria familiar.
Mira que las veo todos los días, pero hoy he visto más claro que el verdadero valor de la imagen es el culto al recuerdo.
Con este espíritu voy a componer las oraciones del BD de hoy, basado en una idea central: “la vida pasa, pero la imagen queda”.
“¿Y si no existiera la fotografía?”. -me pregunto-. “¡Habría que inventarla!”. Pero, afortunadamente existe, fue inventada hace doscientos años y nos ayuda a recordar el pasado y construir nuestra visión del presente.
La importancia real de una fotografía no es lo que muestra, sino lo que sugiere como documento emocional.
De ahí que las imágenes que contemplo, mal colocadas, sin orden cronológico, tengan para mi un inmenso valor histórico, anecdótico y emocional.
Me parece estar viendo el clásico álbum familiar (desaparecido por el digital), donde se mezclan los vivos con los ausentes, los niños con los abuelos y la identidad de una familia completa.
En uno de los paneles están mis hijos con su inolvidable abuelo Manolo, meses antes de su partida a las marismas eternas.
En otra foto, blanco y negro, aparece mi padre sentado en la puerta del bar América (calle Concepción) en una tertulia de amigos, años 40 y junto a ella hay otra imagen en color de su nieta, mi hija, Belén, abrazada a Mickey Mouse en su viaje al parque temático de Disney World (EE UU).
Hay muchas más fotos familiares de bodas, bautizos y comuniones, cumpleaños, del camino del Rocio, el verano, los niños en los colegios, campañas electorales y acontecimientos relevantes de Huelva
Al terminar el BD, me vuelvo a preguntar: ¿Por qué las fotos me habrán inducido a escribir sobre el valor de ellas?.
No lo sé, pero quizá sea el hecho de haber añadido a la colección una fotografía de finales de los años 30, de ocho hermanos, con su madre (ilustración), de los cuales uno es mi padre Adolfo Rodri y ya no viven ninguno de ellos. Hace un mes partió el último, tío Joaquin, con cien años, habiendo sido hasta los últimos días un incansable lector de este espacio.
Gracias a esta imagen fotografica, auténtica joya para la familia Alfaro, las siguientes generaciones podremos satisfacer la necesidad humana de vencer la muerte, anular el olvido y conservar la identidad de ellos.
En definitiva, la vida pasa, pero la imagen queda... ¡BUENOS DÍAS!