El dueño de una tienda centenaria de Santander revela lo que tuvo que hacer con su amigo hace cinco años: gracias a esto, siguen abiertos

En pleno Paseo Menéndez Pelayo de Santander, Ultramarinos La Hermida cumple 125 años de historia. Y si hoy sigue en pie, es gracias al trato, la constancia y la cercanía con los clientes

Reportaje junto a los protagonistas en este histórico establecimiento de Santander
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Reportaje en directo desde el histórico establecimiento de Ultramarinos La Hermida

Álex García

Santander - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Hay comercios que no necesitan campañas de marketing. Ni logos llamativos. Les basta con abrir la persiana cada mañana y seguir haciendo lo que llevan haciendo toda la vida: atender, escuchar, recomendar. En Santander, hay uno de esos negocios que parece haberse detenido en el tiempo, aunque se adapta a todo lo que venga. Se llama Ultramarinos La Hermida, y si uno se fija bien, en la puerta lo dice claro: “Abierto desde 1900”. Sí, has leído bien. 1900. Ni siquiera existía el Real Racing Club.

Esta mañana nos hemos acercado hasta el Paseo Menéndez Pelayo para hablar con Tomás y Gloria, los hermanos que llevan ahora las riendas de este ultramarinos que ya es historia viva de la ciudad. Y desde el minuto uno, sabes que aquí hay algo especial.

Ultramarinos La Hermida

Ultramarinos La Hermida

 Una tienda con alma  

La historia de esta tienda no empieza con ellos, sino con su padre y sus abuelos. Tomás nos cuenta que su padre empezó con 15 años, en una época donde el vino llegaba en pellejos, el aceite se sacaba con una máquina especial y la carne se picaba a mano. “Aprendió el oficio desde abajo”, dice con ese orgullo que se tiene cuando hablas de algo que forma parte de ti.

Ahora son él y su hermana quienes han tomado el relevo. Dejaron sus anteriores trabajos para continuar el negocio familiar. No lo hicieron por obligación, sino porque cerrar la tienda dolía. Porque esta tienda no es solo un trabajo. Es parte de su historia.

 Mandarinas, confianza y gente del barrio  

Aquí no hay dependientes con guión memorizado ni productos en oferta con asterisco. Aquí, si no les gusta una mandarina, no te la venden. Así de sencillo. “Si no está buena, no te la recomiendo”, nos dice Tomás mientras coloca unos tomates en una caja de madera.

Ultramarinos La Hermida

Ultramarinos La Hermida

Y esa honestidad ha hecho que la tienda se mantenga. Primero con la clientela de siempre, la de barrio. Y ahora, también con gente joven que descubre en este lugar algo que no encuentra en una gran superficie: confianza.

Nos lo decía también Gloria: “Hay gente que viene a comprar… y a que la escuchen”. Personas mayores que viven solas, vecinos que necesitan ayuda para cargar una bolsa o simplemente alguien que les diga “¿cómo estás hoy?”. Aquí no fían solo productos. Fían tiempo. Y eso no aparece en ningún ticket.

 Resistir en lo más difícil  

Con toda esta trayectoria, uno pensaría que nada les puede parar. Pero entonces llegó la pandemia. Y con ella, el miedo. Las prisas. El no saber. Y, sobre todo, la sensación de estar expuestos. “Comíamos de pie. No podíamos parar. Teníamos miedo por nuestros padres”, recuerdan.

La tienda no cerró. Siguieron abiertos, al pie del cañón, porque sabían que mucha gente dependía de ellos para comprar lo esencial. Pero había un problema: no tenían mascarillas. Y sin ellas, trabajar era jugarse la salud.

Ultramarinos La Hermida

Ultramarinos La Hermida

Y aquí viene lo que nadie se espera. En medio de aquel caos, un amigo de Tomás le consiguió unas pocas mascarillas. Unas pocas, pero suficientes para protegerse y poder seguir abiertos.

Pero no podían tenerlas. Era una época en la que las empresas que las fabricaban estaban obligadas a entregarlas al Gobierno. No se podían distribuir libremente.

Mis hijos dejaron su trabajo por la tienda, solo pido que puedan vivir de ello"

Gloria

Propietaria durante más de cincuenta años de Ultramarinos La Hermida

Y entonces, Tomás hizo lo que pudo: las metió en el coche, escondidas. Y nos lo cuenta con una sonrisa que mezcla alivio, recuerdo y un poco de humor: "parecía que llevaba droga".

Literal. Porque en ese momento, llevar unas mascarillas era casi como traficar con oro. Y gracias a ese pequeño gesto, siguieron atendiendo, siguieron vendiendo, siguieron siendo ese refugio del barrio que tanta falta hacía.

El deseo de una madre, y el trabajo de un padre 

Antes de irnos, hablamos con Gloria madre. Lleva más de 50 años al frente del negocio. Su mirada es de esas que lo han visto todo. Y su deseo es tan claro como emocionante: “Mis hijos dejaron sus trabajos por seguir con esto. Yo solo quiero que puedan vivir de ello, que la tienda siga, porque la quieren mucho”.

Ultramarinos La Hermida

Ultramarinos La Hermida

Tomás padre, algo más reservado, aguardaba en la trastienda mientras realizábamos el reportaje, "tenía claro que hasta que no acabarais no iba a salir". Luego mostraba su lado más humano, orgulloso del tesoro que tiene con ese establecimiento, desde la fachada hasta los productos del interior.

"¿Has visto el cartel de madera de la entrada? Lo hice yo en mi casa", contaba mientras señalaba uno de los iconos de la puerta de esta tienda de ultramarinos en la que ha pasado 60 años de su vida.

Y mientras la ciudad cambia, mientras los escaparates se digitalizan y las cajas se sustituyen por pantallas, Ultramarinos La Hermida sigue en pie. Porque no todo es marketing. A veces, lo que salva un negocio centenario es una mascarilla escondida. Y mucho, mucho corazón.

Herrera en COPE

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Con Carlos Herrera

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