Reportaje
La odisea de vivir de alquiler en A Coruña
El precio medio del alquiler subió un 32% desde 2014, el incremento más fuerte de las urbes gallegas
Madrid - Publicado el - Actualizado
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¿Hay burbuja de alquiler en A Coruña? Los datos no ayudan a pensar en otra cosa. El precio de las rentas subió un 32% en nuestra ciudad desde 2014, el incremento más fuerte de las urbes gallegas. Hace cinco años, alquilar un piso en Santiago. A Coruña o Ferrol costaba prácticamente lo mismo, unos 360 euros de media. Hoy, en la ciudad herculina, vivir de alquiler es 117 euros más caro que entonces. El precio medio de los contratos firmados es de 477 euros, según los datos del Observatorio de Vivienda de la Xunta correspondientes a 2018.
Los demandantes son cada vez más y los pisos, cada vez menos. “Ha habido una subida escalonada”, dice Herminio Carballido, presidente del colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria. Los inquilinos se resisten a moverse por miedo a los precios, y en cuanto un piso queda libre “lo que está haciendo el propietario es incrementar el valor del precio, porque no hay oferta. Hay muchos más peticionarios que viviendas en alquiler”, indica Carballido
De los precios del Ensanche a los de Novo Mesoiro
El 15004, el Ensanche, es el distrito más caro para alquilar, con un precio medio superior a los 625 euros. Le sigue el 15003, la zona de Pescadería, donde arrendar un piso ronda los 579 euros. Bien es cierto que en el Orzán han sido noticia en 2018 esas viviendas que se ofertaban por encima de los mil euros mensuales. Los precios han crecido en todos los barrios en un año. El mayor incremento, un 11%, se dio en la zona de Cuatro Caminos. El menor, un 2,1%, en la Ciudad Vieja.
La zona más barata es la de Novo Mesoiro-Feáns, el 15190, con alquileres que rondan los 340 euros, y Matogrande es el barrio en el que se firmaron más contratos de alquiler, con casi 760 acuerdos registrados por la Xunta. Allí, resalta Carballido, “en un año la renta aumentó 150 euros. Fui allí y no encontré ni un solo piso de alquiler”.
La experiencia de Eva
Hablamos con Eva. Consiguió trabajo en A Coruña, y en agosto decidió mudarse a la ciudad. Tenía un mes para encontrar una casa para ella, su marido y su hija, que necesitaba una dirección para poder matricularse en un colegio nuevo. Estuvo viviendo en Santiago y en Madrid, pero cuenta que la nuestra fue la ciudad en la que se le presentaron más dificultades para dar con un hogar. “Empezamos a mirar y en las inmobiliarias nos decían que nos diésemos prisa, porque luego venían los estudiantes”, indica. En las visitas, vieron “muchos pisos en muy mal estado y, lo que estaban en buen estado, muy caros”. “Hay una diferencia, a veces, muy grande entre la foto y lo que tú ves después”, señala.
El primer piso apareció en la zona de Lonzas: tres habitaciones y garaje por 700 euros. “Las condiciones de entrada eran muy exigentes. Nos pidieron dos meses de fianza y un seguro de impago”, relata. Con lo que no contaba era con todo lo que no le dijo la dueña: armarios insuficientes, paredes a medio pintar pero, sobre todo, problemas de humedades que, a partir de noviembre, les obligaron a iniciar otra vez el proceso. “Allí reverberaba agua... estaba fatal en la habitación hasta el punto que el deshumidificador no llegaba”.
Y entonces, vuelta a la rutina: visitas a pisos, negociaciones con propietarios... aunque esta vez piensan en barrios determinado y evitan las inmobiliarias que, asegura, suelen aludir a la alta demanda para forzar la firma del contrato cuanto antes. El segundo piso llega, en la zona del Muncyt. No es el perfecto, pero al menos no tiene los defectos que presentaba el anterior.
Entre estas visitas y las anteriores, Eva cuenta que debió de ver unas 40 viviendas: "fui a ver pisos en Orillamar a 650-700 euros, pisos sobreamueblados en Cuatro Caminos, a 700 euros”. Asegura que, en sus 3-4 visitas diarias, encontraron de todo, y mucho en mal estado. “El que no tenía bombona de butano tenía ventanas que se oía mucho ruido”, se queja.
Independizarse, un reto
Eva tiene un trabajo que le permitió enfrentarse al riesgo de perder los dos meses de fianza que entregó para poder comenzar a vivir en la ciudad. Pero todo se complica cuando hablamos de una persona que se quiere independizar y no tiene contrato estable. Cada vez son más comunes requisitos como la presentación de nóminas, un seguro de alquiler o la fianza solidaria de un tercero, particular o empresa. Y eso que cada vez se registran menos impagos.
Todo un cóctel al que se une la paralización de la construcción, la falta de pisos de protección pública de alquiler o la carencia de políticas que incidan directamente en el precio de la vivienda. Y así, un derecho básico, como es el de poder vivir en una casa, se convierte a veces en casi un sueño. Estamos en la ciudad en la que nadie es forastero, siempre y cuando tenga un buen sueldo para pagar cada mes al dueño de su vivienda.