Conversaciones con mi cáncer

Todavía hoy te imagino como un bicho perverso dispuesto a demostrar que eres capaz de segar una vida con la misma facilidad con la que unas tijeras cortan el papel

Conversaciones con mi cáncer

Ana Luisa Pombo

Publicado el - Actualizado

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¡Oye, bicho!, ya sabes que hoy es el Día Mundial del Cáncer, pero no vayas a pensar que eso quiere decir que el mundo te aplaude. No, hoy, el mundo te viene a decir que si tú eres tan recalcitrantemente inoportuno, cruel, resistente y persistente, los enfermos, esos en cuyos cuerpos te cuelas de manera traidora convirtiéndote en okupa de nuestras vidas, no estamos solos en nuestro pulso contigo.

Para que te hagas una idea de lo fuertes que podemos ser frente a ti, hoy, 493 personas en España te habrán vencido, 20 cada hora, una cada tres minutos, 6 de cada 10 a los que tú has atacado, te habrán doblado el pulso porque se habrán curado o te tendrán bajo control.

Sí, ya sé que tú, también haces de las tuyas y te metes sin permiso, como un okupa indeseable y traidor, en las vidas de 820 españoles cada día y que todavía sigues ganando 4 de cada 10 batallas, pero, como te digo, no estamos solos y cada día tenemos más y mejores armas para que nuestra lucha contigo sea menos desigual a pesar de los miedos que nos metes en el cuerpo.

¿Te acuerdas del día que nos vimos tú y yo las caras?. Yo sí. Todavía hoy te imagino como un bicho perverso dispuesto a demostrar que eres capaz de segar una vida con la misma facilidad con la que unas tijeras cortan el papel. Te imagino, expectante esperando que el miedo atenace a tus víctimas y sí, ahora los dos sabemos que sí, que el miedo tu aliado, me puso un nudo en la garganta mientras el médico de urgencias me miraba silencioso y la cara de mi marido perdía el color.

“¿Puedo verlo?”, pregunté señalando el ordenador. El médico giró la pantalla hacia mi y te vi. Allí estabas, una masa amorfa de casi ocho centímetros, con tus tentáculos extendidos hasta mi hígado. Me vas a perdonar, pero eras feo de tres pares de narices y, encima, representabas una sentencia de muerte casi segura pero, ¡lo que son las cosas!, nisiquiera me pregunté por qué me habías elegido y crecido en mi cuerpo sin haber tenido la cortesía de advertirme de tu presencia con algún síntoma. Simplemente te miré, vi que estabas ahí, regodeándote ante la posibilidad de enviarme directamente y con fecha de caducidad a cuidados paliativos y me propuse no ejercer de yogurt y aquí sigo. Bien es verdad que tengo de mi parte a un Ángel de la Guarda al que no le importa hacer horas extra aunque yo no lo merezca.

Reconozco que me cambiaste la vida porque me has vuelto aburridamente prudente y has cambiado la de mi familia que ahora vive y respira sólo a mi ritmo por y para mí, incluso la de mis amigos que están empeñados en facilitarme las cosas mientras camino por tu procelosa senda, pero tambiéndespertaste en mi sentimientos extremos, miedo a la incertidumbre de un camino tortuoso, miedo al dolor, miedo al sufrimiento que podía ocasionar a mi familia, miedo a la muerte… y mucha rabia ante la posibilidad de que me pudieras robar el futuro, de que no me dejaras hacer tantas cosas como tenía pendientes y ¡fíjate tú!, mucha rabia por los pinchazos que iba a soportar por tu culpa, yo que siempre había sido fóbica a ellos y huía de una inyección como alma que lleva el diablo. Me envolviste en miedos pero me hiciste más fuerte porque despertaste en mi a la cabezota peleona que llevo dentro dispuesta a no rendirse jamás sin luchar y aquí estamos, tú recluido en tus cuarteles de invierno y yo sumando prórrogas y hablándote como si fueras un viejo amigo, aunquelas cicatrices que el espejo me devuelve cada día, me recuerdan que realmente eres un intruso y que, aunque tenga largas conversaciones contigo, no eres de fiar, que eres un enemigo despiadado, pero confío en que tú también te mires los costurones que te han dejado el bisturí y la quimio y permanezcas quietecito allá donde quiera que te hayas recluido. Después de todo, en esta guerra si yo pierdo, tú mueres también.

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