Una historia de perdón y regeneración, en el marco del terrible genocidio que tuvo lugar en Ruanda

La historia se sitúa durante la masacre en el país africano del año 1994

Una historia de perdón y regeneración, en el marco del terrible genocidio que tuvo lugar en Ruanda

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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La masacre se prolongó durante cien días de persecución a los tutsis tras el atentando contra el avión del presidente del país, de etnia hutu. Se calcula que, entre quinientos mil y un millón de personas, fueron asesinadas. Por entonces Marcel Uwineza era solamente un niño que vio a su padre, su madre y tres hermanos asesinados. Todo lo que llamaba hogar desapareció cuando tenía 14 años.

Tras algunos meses buscando refugio, Marcel lo encontró en un hombre de etnia hutu que lo mantuvo a salvo, escondiéndolo entre las colmenas que tenía. A pesar de estar a salvo, le dominaba la cólera y la perplejidad, y durante tres años no pisó una iglesia. Sólo con el tiempo el joven entendió que solo el amor de Dios podía curar su sufrimiento, y que le estaba llamando a reconciliarse con el pasado y con el enemigo. Tras unos años de reflexión, Marcel decidió hacerse jesuita.

Después del noviciado quiso volver a su pueblo para rezar ante las tumbas de toda su familia. En el cementerio, ocurrió lo impensable. Uno de los asesinos de sus hermanos llegó a verle y se arrodilló ante él pidiéndole perdón. “En ese instante me di cuenta de lo vulnerables que éramos los dos, ha explicado Marcel, él llevaba las heridas del crimen cometido, yo las del odio por lo que había sufrido”.

Este jesuita fue invitado a contar su historia en Naciones Unidas en 2019, y allí contó que, al principio, solo veía un monstruo ante él, pero cuando reconoció su vulnerabilidad y la sinceridad de su petición de perdón, ese hombre volvió a ser una persona. Cada vez que Marcel piensa en ese momento, recuerda una energía más grande que él, que le aferró, y sabe que esa esa energía era de Dios: “dentro de cada aflicción nos acompaña esa energía, la mano de Dios que implora nuestra voz para recordar al mundo entero que el apretón asfixiante del odio puede ser derrotado con un abrazo”.

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