Ya puedes escuchar el monólogo de Cristina López Schlichting en 'Fin de Semana'

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Cristina L. Schlichting

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Muy buenos días España! Buenos días otoño! Que ayer entró la estación de las hojas rojas, aunque parezca mentira y sigamos en las piscinas.

Hacienda descarta ahora suprimir los beneficios de los planes de pensiones. Parece que quejarse merece la pena. Ole, ole, ole, un poco de cordura. Fuentes del ministerio de Hacienda corrigieron ayer a la ministra Montero y aseguraron a Europa Press que no se va a eliminar la deducción fiscal de los planes de pensiones. La afirmación supone ignorar las exigencias de Podemos. Bienvenida sea la rectificación del Gobierno.

Menor suerte tiene Cataluña. La delegada del Gobierno, Teresa Cunillera sembró este sábado la estupefacción al abogar por un indulto de los políticos que intentaron el golpe en Cataluña. Lo peor fue que, detrás de ella, salió la ministra Meritxell Batet y, en este caso, no la desmintió. Se limitó a afirmar que el Gobierno respeta las decisiones judiciales y no anticipa escenarios. La inseguridad se ha instalado en Cataluña y tanto Ciudadanos como el PP protestaron rotundamente. Un clima difícil en el que pareciera que la Constitución es el mal y los presos unos angelitos.

Pero hoy es un día especial, un día de esos que se señalan en el calendario y en los libros de texto. Que marcan un antes y un después. Uno de esos días en que España tiene que dejar de mirarse el ombligo y comprender que forma parte de los grandes flujos del mundo. Hoy, el Papa Francisco ha derribado la muralla china. El acuerdo entre el Vaticano y Pekín tiene la magnitud de aquellos teletipos que anunciaron la caída del muro de Berlín.

Sesenta y siete años después de que China dinamitase las relaciones con Roma, el Vaticano las ha restablecido mediante un acuerdo provisional por el que Pekín admite que los católicos dependan del Papa y Roma reconoce a ocho de los obispos nombrados por el gobierno chino.

El acuerdo tiene magnitud mundial. Hablamos de la segunda gran potencia del globo, que sin duda sucederá a Estados Unidos en el liderazgo internacional, y de lo que se calcula pueden ser 60 millones de cristianos chinos. Es la caída de un muro que se alzó en 1951 cuando Mao Tse Tung, que rechazaba el papado romano, nombró por su cuenta dos obispos católicos, que lógicamente el Vaticano excomulgó. La consecuencia fue la expulsión del nuncio y la creación de un gigantesco guetto. Desde entonces se han desarrollado dos iglesias católicas paralelas, la oficial, donde los obispos son nombrados por el régimen, y la fiel a Roma, cuyos obispos y fieles viven una clandestinidad inimaginable y han padecido terribles persecuciones, torturas y martirios.

Precisamente por esta crueldad las cosas no son fáciles con este acuerdo tampoco. Hay quien considera que tantos sufrimientos clandestinos no se pueden zanjar sin más y el obispo emérito de Hong Kong, el anciano y fogoso Joseph Zen, ha pedido la dimisión del secretario de estado Pietro Parolin, al que acusa de traidor.

Muchas veces hemos denunciado aquí la crueldad del Gobierno de Pekín con los católicos y su constante desprecio hacia los respetos humanos. Aunque este acuerdo está sometido a vigilancia por ambas partes y depende de la buena intención de los gobernantes chinos, es un rayo de esperanza, no sólo para las comunidades cristianas, sino para todo un país. China está sumida en un atroz materialismo. Sólo importa el dinero. La vigorosa comunidad católica, con muchísimas vocaciones, puede aportar la esperanza de una mirad distinta sobre el hombre y su destino, de una forma de vivir más plena y llena de esperanza.

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