Cristina López Schlichting se emociona al recordar a un amigo recién fallecido: "Nos deja con ganas de Cielo"

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¡Muy buenos días España! Es sábado, 13 de enero, y ya estamos en plena cuesta, en vísperas de San Antonio Abad, patrón de los animales, que se celebra el próximo miércoles. “Hasta San Antón, fiestas son” decía mi abuela Pilar. Muchos conservan el belén hasta esas fechas. O, como es mi caso, hasta el 2 de febrero, La Candelaria, celebración de la presentación de Jesús en el templo, como era costumbre entre los judíos con los niños recién nacidos. Esta segunda fecha, de belén y árbol bien aprovechados y casi madurados, también tiene su refrán “Hasta la presentación, fiestas son”. Así que ya sabes, aunque estés en plena dieta o procurando hacer algo de deporte, puedes picotear el polvorón sobrante, que no pasa nada.

Hoy tenemos malas noticias en muchos lugares del globo. En el maravilloso país de Ecuador se han hecho fuertes los sicarios del narcotráfico y están aterrorizando a la población. En Yemen, otro de los países con la arquitectura más bella del mundo, hay bombardeos de la coalición internacional dirigida por Estados Unidos y Gran Bretaña porque los rebeldes hutíes, que están acantonados en el norte del país, bombardean los barcos a su paso por el Mar Rojo y encarecen las rutas comerciales internacionales.

Y luego está lo que pasa aquí, que el Gobierno está apoyado en Puigdemont y estamos viendo cómo cambia las leyes para que la justicia lo favorezca a él y sus secuaces, o cómo amenaza a las empresas libres para obligarlas a instalarse en Cataluña a la fuerza. Hoy se reúnen los ministros en el pueblo de Quintos de Mora, para que Pedro Sánchez les lea la cartilla y adoctrine.

Verdaderamente, pareciera que los seres humanos estamos hechos para atormentarnos los unos a los otros y yo me niego a contároslo así, porque no es verdad.

Veréis yo tenía un amigo con un corazón redondo como el mundo. Lo veía todas las semanas y le daba un beso en las manos, para darme cuenta de que la salvación es posible en este mundo. La bondad, la integridad, la gracia. Porque mi amigo, Jesús Carrascosa, al que llamábamos Carras, era muy gracioso. Era un asturiano peculiar, del que lo más exacto que puede decirse es que era auténtico. No sé de dónde le venía su pasión por la justicia social, a los mejor de los mineros asturianos, pero en los años setenta se enroló en los movimientos anarquistas de la oposición española y, como era todo menos uno de boquilla, se fue a las chabolas de Palomeras, en el cinturón pobre de Madrid, y se instaló allí.

Nunca se le cayeron los anillos, trabajó en servicios de limpieza, fue vendedor de libros y fundó con José Miguel Oriol la editorial ZYX, finalmente se dedicó a la enseñanza, el más importante de todos los oficios. Y en un momento de su vida se convirtió al cristianismo de forma fulminante. Cuando le preguntabas por qué cambió el anarquismo por Cristo, contestaba “está muy bien la revolución, pero la pregunta es Quién cambia al hombre”. Ésa es la pregunta siempre. Quién cambia los corazones.

Carras estaba casado con una vasca fabulosa en el campo de la fisioterapia, Jone Echarri. Tanto, que su fama llegó al Vaticano, y cuando Juan Pablo II cayó enfermo de Parkinson, el Papa la pidió ayuda. La pareja hizo entonces algo que jamás se me olvidará. Porque los grandes de este mundo se pelean por el dinero, el poder o la fama. Y ellos dos dejaron todo lo que tenían, oficios y clínicas, vendieron sus escasos bienes y se fueron a Roma. Recuerdo el vértigo que me dio ese gesto ¿Quién lo deja todo por amor? ¿Quién cierra un floreciente negocio de fisioterapia que ha costado una vida levantar, quién deja las aulas amadas y cientos de alumnos? Pues allá se fueron, los dos españoles. Ella, a cuidar los músculos de Karol Wojtyla, que la gente se creyó que mejoró gracias a la papaya. Él, a dirigir la sección internacional del movimiento católico “Comunión y Liberación”.

Cuando envejecieron, ambos regresaron a España y fueron acogidos por unos amigos queridos. Porque el que mucho da, mucho recibe. A sus 82 años fue votado como dirigente de Comunión y Liberación en España y todavía recuerdo haberle presentado a un enfermo mental y cómo se detuvo y lo escuchó, y cómo lo miró apasionadamente y lo invitó a su casa. Pensé que le iba a soltar una filípica sobre tratamientos o pasarle la mano por la espalda con conmiseración. “Vente -le dijo- que voy a cocinar para ti y te vas a poner las botas”. Se paró delante de ese pobre, sin mirar el tiempo, interesado en una persona a la que nadie miraba, con la misma pasión que el nazareno puso en un ciego o un lisiado. Como si el mundo se detuviera en ese instante.

Hace mes y medio, el 27 de noviembre, a Carras le detectaron un tumor cerebral inoperable y enorme. El lunes a mediodía lo abracé por última vez en su cama y le di muchos besos de vieja en el cuello, como hago con mis hijos, consciente de que besaba la carne del Misterio. “Te vas con Jesús -le dije- y muy bajito, con el hilo de voz de los agonizantes, extrañamente alegre, me dijo al oído “¡Ahí Vamos!”.

El jueves celebramos una despedida a la que asistieron mil personas de todo el mundo, ayer fue enterrado. Un obrero de Asturias, un hombre que se preciaba de guisar como nadie y que supo asombrar a los monseñores vaticanos con una hospitalidad española desbordante, se murió y nos ha dejado un sabor de boca sabrosísimo, con ganas de Cielo.

El funeral será en la catedral de La Almudena el sábado próximo, día 20, a la una. Y yo digo, si existen personas como Carras, personas cambiadas por el Misterio, hombres completamente verdaderos ¿por qué no podemos cambiar el mundo?

Quizá os preguntéis en esta mañana de sábado que hace Cristina contándoos una biografía desconocida. Pero yo digo que la historia la tejen hombres y mujeres con su libertad. Cada día. Abriéndose o cerrándose al bien. Jugándose la diferencia entre la vida y la muerte en cada instante. Es exactamente eso lo que hace la existencia apasionante y establece la diferencia entre la aventura y el tedio. Entre la nada y ganar el mundo entero.

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