Schlichting: "Ha pasado el tiempo de Podemos y se le ha visto la patita estatalista"

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Nos hemos despertado celebrando aquí en la capital la magnífica forma física de nuestro líder Pedro Sánchez, que encabezaba esta mañana la Carrera Contra la Violencia contra la mujer, que está dando la vuelta al Retiro madrileño. Bien está correr por causas buenas, aunque les recomiendo la Casa de Campo siempre, que es mejor para las articulaciones.

El martes tiene Sánchez agendado el encuentro con PP, Ciudadanos y Podemos, en una extraña mezcla buscada para humillarlos a los tres. En realidad, con las abstenciones de Unión del Pueblo Navarro, a cambio de salvar Navarra para el constitucionalismo y con la pérdida de tres votos de Junts per Cat, ya que los presos golpistas no renuncian a sus carteras y no pueden votar, Sánchez tiene expedito el camino a la Moncloa. Los del martes es un trámite de imagen sádico pensado para situarse entre la derecha y la izquierda para evidenciar que él, que aceptó un relator y una mesa de negociación en la cosa catalana, él, que lleva la eutanasia entre sus propuestas de Gobierno, él, que ha hecho de la exhumación de Franco y de la memoria histórica su bandera ideológica es el centro político.

Al Partido Popular y a Ciudadanos quiere igualarlos en su rechazo a abstenerse en la investidura y facilitar lo que llaman la gobernabilidad, y los amenaza con nuevas elecciones. A Podemos quiere hacerlo sufrir y ponerlo al nivel de los otros. Iglesias lleva una semana pasando los kiries y sin poder evitar postularse para lo que él llama un gobierno progresista, que es básicamente un gobierno estatalista al estilo bolivariano. ¿Qué necesidad tiene Sánchez, de cara a Europa y a su electorado, de tener ministros podemitas? Ninguna, querido Pablo. Abandona toda esperanza.

Pablo Iglesias, que la noche electoral ni asomó el hociquito por las televisiones, convocó ayer cónclave de su partido regoleado en los comicios. Que menuda paliza haber perdido 1.400.000 votos. Para nosotros, los de a pie, es bastante evidente lo que ha pasado. Si estás en la calle y oyes los chistes y lees los memes, te das cuenta de que un sujeto que habla de casta y dice que los ricos son egoístas, porque se compran casoplones fuera de las ciudades para alejarse de los problemas del pueblo se ha quitado toda credibilidad al comprarse un casoplón en una zona residencial alejada del pueblo. El chalet de marras se ha cargado Podemos. Y Pablo sigue sin enterarse. Bueno, eso y ese extraño liderato formado por una matrimonio donde Irene Montero y él se alternan para gobernar y cuidar a los niños, que tanto recuerda a los Ceaucescu. Si sumas además las rencillas internas -que han expulsado a Carolina Bescansa, a Errejón o a Ramón Espinar- y algunas tonterías magnas, como poner verde a Amancio Ortega por donar máquinas contra el cáncer, tienes un cóctel con un solo culpable. Todo te señala, Pablo, y no querer verlo es como montar la corte del rey desnudo, al que todos halagan las galas. Tú eres el problema, exactamente tú.

En la reunión de ayer ni uno solo de los asistentes dijo ni mu. Por razones estalinistas obvias. Ni una sola crítica. El caudillo hizo examen de los acontecido, dijo que la culpa la tiene los líderes locales, que no tienen suficiente tirón y concluyó que hay, además, un problema de siglas y que la gente se hace un lío al meter las papeletas de tantos nombres diferentes en las confluencias.

Como chivo expiatorio puso a Echenique, al que descabalgó como secretario de organización, y santas pascuas.

Claro, y el que puso la guinda sobre la tarta, el que señaló que el rey estaba desnudo fue Ramón Espinar.

Que no, que la culpa no la tiene Echenique.

Como en la Unión Soviética, todo el Consejo Estatal de Ciudadanos, el órgano ejecutivo del partido, apoyó ayer su renovación como dirigente. No hubo votos en contra y sólo seis abstenciones. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ha pasado el tiempo de Podemos y se le ha visto la patita estatalista, expropiadora y reaccionaria. Ya no ilusionan las convocatorias para rodear el congreso, pero, sobre todo, ya no ilusiona seguir a un jefe que es exactamente como todos los demás. Arrieritos somos. Cuando te sitúas tan por encima de la media corres el peligro de quedarte muy por debajo. Es lo que tiene la altanería.

En París, Nadal podría ganar su duodécimo título del Roland Garros. A lo mejor Nadal nos quita las penas que otros nos suscitan.

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