'Crónicas perplejas': "Cuando crecemos, los miedos se transforman. Ya ni siquiera podemos cambiarnos a la cama de mamá"
Habla Antonio Agredano de los miedos infantiles y cómo cambian cuando crecemos

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de los miedos infantiles y de cómo cambian según crecemos
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Quedarme encerrado en el ascensor. Que se me metiera la zapatilla en la escalera mecánica. Que mi madre me dejara en la cola de la caja de un supermercado mientras iba a por algo que se le había olvidado y que me tocara pagar a mí. Que se fuera la luz y no volviera nunca. Las arenas movedizas. Las arañas. Los hombres que ofrecían chucherías para raptarte.
La infancia era un lugar muy frágil. Estaba llena de miedos que ahora nos parecen ridículos. Pero recuerdo el corazón acelerado. Recuerdo acostarme y no poder dormir. Taparme hasta el cuello. Cerrar los ojos con fuerza.
Luego crecemos y los miedos no desaparecen, solo se transforman. Maduran con nosotros. Se vuelven profundos y oscuros. No los confesamos. Simplemente, están ahí, estancados, en el fondo del pecho. Como la consecuencia de una lluvia invisible y persistente. Un charco de dudas y de frustraciones.
Son miedos poco aventureros, son miedos terrenales. No llegar a fin de mes, que se acabe el amor, no estar a la altura como padres, que una enfermedad asole nuestras vidas. Irnos demasiado pronto. Las balas cada vez pasan más cerca. Vemos infelicidad en la mirada de algunos amigos. No queremos ser los siguientes. No somos inmunes a ningún sufrimiento.
El charco se extiende. Y hasta miramos con ternura aquellos terrores pueriles. Era más fácil entonces. Los monstruos debajo de la cama son inofensivos. Peores son los monstruos cotidianos. Los egoístas, los chismosos, los soberbios, los injustos, los frívolos. Esas cosas contra las que batallamos.
Y estamos cansados. Porque la vida adulta es así, exigente, agotadora. Pero seguimos. Porque ya no somos niños. Porque taparnos hasta el cuello ya no es consuelo. Ya ni siquiera podemos cambiarnos a la cama de mamá. Y sentir alivio con su calor, entre sus brazos. Y echar de menos aquellos temores diminutos e infantiles. Y aprender a convivir con estos otros miedos confusos, intensos y mayores.
las 'crónicas perplejas' de la semana de antonio agredano
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