'Crónicas perplejas': "A veces celebramos, otras veces lloramos, pero los ojos siempre apuntan hacia el futuro"
Habla Antonio Agredano de despistes

Habla Anotnio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de despistes
Publicado el - Actualizado
2 min lectura
En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
El viernes les compré una bicicleta a mis hijos, sin ruedines, para que vayan soltándose. Dediqué mi fin de semana a sus pedaleos, con poco éxito.
Mientras los perseguía agarrado al sillín y con una mano en el manillar, intentaba recordar cuándo aprendí yo a montar en bici. Cuantas veces me caí. Cómo perdí el miedo a la velocidad y al zigzagueo. Pensaba en el Antonio Agredano con cinco años, Antoñín para mi familia, y me parece un milagro.
Porque siempre fui un niño lacio. Algo blando. De muy pequeño me rompí un hueso extrañísimo del pie porque, haciendo el bobo, me caí por las escaleras de la estación de Santa Justa en Sevilla. Y siempre andaba con los dedos amoratados por el balonmano o con las rodillas despellejadas por el fútbol.
Jugando al futbito, eso a lo que ahora llaman fútbol sala, me rompí los ligamentos de la rodilla derecha. Ya era mayor. Yo siempre he sido portero y aquel día me dio por ponerme un ratito de delantero. Quería yo, ingenuamente, sentir lo que era marcar un gol. Qué desastre.
A los dos minutos giré buscando un balón y ahí me quedé. Caí al suelo como si me hubiera alcanzado un rayo. Vomité en la cancha del puro dolor. Lo cuento ahora y me palpita el corazón.
Aquel día aprendí que eso de que “si quieres, puedes”» es un buen lema, pero un mal consejo. Uno no siempre puede. Aprendí aquel día que los sueños a veces se rompen, en concreto, a la altura de las articulaciones.
Aprendí aquel día que si nací para evitar los goles, era demasiado osado tratar de anotarlos. Aprendí aquel día que, a veces, el dolor es un lenguaje del mundo. Es la forma que elige la vida para decirnos donde empiezan y acaban nuestros deseos y nuestras expectativas.
Y está bien así. Está bien esta fragilidad. Está bien intentarlo y fracasar. Está bien no llegar. Porque somos de músculo y hueso. Porque así es el equilibrio de la vida, a veces celebramos, otras veces lloramos, pero los ojos siempre apuntan hacia el futuro. Como le digo a mis hijos en la bicicleta. Nos os miréis los pies, mirad siempre hacia delante.